Silvia Gómez Tagle
El Colegiio de México
El género femenino está subrepresentado en la vida política de casi todos los países del planeta. Este hecho parece tan generalizado que daría la impresión (falsa) de que corresponde a la naturaleza femenina obedecer y a los hombres mandar. Desde las comunidades de cazadores-recolectores, antes de que aparecieran las clases sociales, los antropólogos registran la diferenciación de actividades de hombres y mujeres. En las sociedades matriarcales a las mujeres les corresponde el mando, pero en las patriarcales, que son las más comunes, las mujeres pocas veces ocupan las posiciones de poder político. Todas las sociedades occidentales de la tradición Judeocristiana son patriarcales, por eso la distribución igualitaria del poder entre géneros parece una utopía tan lejana como la justicia y la democracia. Pero como la democracia y la justicia, también la igualdad de las mujeres representa valores que movilizan grupos sociales y a su vez generan liderazgos.
Los datos de numerosas investigaciones confirman estas hipótesis; pero también denotan importantes diferencias de un país a otro, o de época a época, que ameritan una explicación. Surgen tres preguntas fundamentales [[questiondown]]en qué situaciones se facilita la participación de la mujer en la vida política de un país? [[questiondown]]por qué se facilita esa participación? [[questiondown]]qué políticas se deben adoptar para facilitar el acceso de las mujeres a la política? Por ejemplo, es una constante que la mujer empieza a tener presencia en la vida pública en forma generalizada cuando ingresa a la fuerza de trabajo remunerada; que los países con un nivel educativo mayor tienden a favorecer la participación de las mujeres en actividades extradomésticas; que las mujeres participan más activamente en organizaciones informales y en movimientos sociales que en partidos políticos o en cargos de la administración pública. También parece haber una relación importante entre democracia y participación femenina. México desafortunadamente está entre los países menos igualitarios y poco democráticos; también está entre los países con una participación femenina más baja.
No sólo se trata de que la mujer participe en mayor número, sino de que cuando llegue a los cargos públicos tenga una política distinta a la de los hombres. No hay determinaciones respecto del contenido de la política de uno y otro género, las mujeres no son en principio ni mejores ni peores que los hombres. Sin embargo las mujeres se identifican con otros grupos discriminados de la sociedad. Además también hay problemas de la unidad doméstica, de la casa, su economía, su bienestar, de la educación, etc., que son vividos más cercamente por las mujeres que por los hombres. Pero lo que verdaderamente importa es que para que las mujeres puedan formular un proyecto político propio, feminista o simplemente femenino, es indispensable que constituyan una masa crítica en los puestos de dirección de los sindicatos, en los partidos, en los parlamentos, en el poder judicial y en el gobierno. Una mujer que llega a ocupar un cargo de dirección, generalmente está aislada del mundo femenino y no tiene posibilidad de encontrar en otras mujeres una comunidad de intereses y de puntos de vista que le permitan desarrollar una política de género.
Al comparar la participación de la mujer en varios países se advierte que el proceso de incorporación a la política se ha alcanzado en aquéllos donde han existido acciones positivas, como por ejemplo las "cuotas". Esto supone la obligación de asignar un determinado número de posiciones a las mujeres en los partidos, sindicatos e instituciones gubernamentales. A lo largo del tiempo, veinte o treinta años, este principio permite que se vaya constituyendo un contingente de mujeres con experiencia en cargos de dirección, que asumen el liderazgo como una capacidad natural del género femenino, y que van propiciando la incorporación de nuevas mujeres a esas actividades y van definiendo los rasgos propios de su actividad.
Una de las gratas experiencias de esta reunión (Austin, abril 7 y 8 de 1995) es la de encontrar algunos de esos aspectos que nos identifican como mujeres en la política o estudiando la política, para hacer una política de las mujeres. En primer lugar las mujeres tendríamos que fortalecer la democracia en general, porque la imposición de decisiones en los partidos o en los órganos gubernamentales anula cualquier perspectiva renovadora que la mujer pueda aportar a la política. Llegar a este acuerdo es, ya en sí mismo, un avance en el diálogo entre mujeres que pertenecen a sectores y partidos muy diversos de la sociedad mexicana. Pero además se ve la necesidad de promover acciones positivas para la participación política de las mujeres, como podrían ser cuotas para las candidaturas de los partidos.
Las reglas que existen en los partidos para elegir a sus candidatos tienen que ver con las posibilidades de acceso al poder de las mujeres, aún tratándose de cuestiones que afectan en general a la vida democrática de esas organizaciones. El que existan criterios que tomen en cuenta el curriculum profesional de los candidatos, el que estos sean promovidos por grupos partidarios amplios, en vez de ser apoyados solamente por otros dirigentes, el que no se dé prioridad a políticos profesionales, sino que se trate de incorporar ciudadanos que se han desarrollado en otros espacios profesionales fuera de la política, son medidas que ayudan a renovar los cuadros dirigentes de los partidos, tanto hombres como mujeres. Pero en ese proceso de renovación, las mujeres tienen mejores oportunidades de incorporarse a los puestos de dirección o de convertirse en candidatas precisamente porque ellas son parte de esos grupos nuevos que aspiran a participar políticamente.
Lo mismo ocurre con las reglas electorales para ser candidato, para registrar a los partidos, a los candidatos sin partido, o para contar los votos. Por ejemplo, dado que las mujeres participan más en movimientos sociales que en partidos políticos, la
posibilidad legal de que un grupo social (no registrado como partido) promueva un candidato a una elección ofrecería mejores posibilidades a las mujeres de convertirse en candidatas.
Estas y otras cuestiones que tienen que ver con la democracia dentro de cada partido, tanto como la democracia en la sociedad, deberían ser objeto de estudios empíricos más minuciosos que nos permitan difinir estrategias de acción para las mujeres en la política, o sea una política de las mujeres.1
Alejandra Massolo
Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa
En México es muy escaso el conocimiento y análisis sobre la presencia y participación de las mujeres en el poder municipal, entendido como ayuntamiento y administración. Todavía no se ha constituido una línea de investigación que articule los estudios de la mujer con los estudios municipales. Esta carencia nos impide discutir con mejores fundamentos las trayectorias, características y dificultades de la participación femenina, así como la incidencia del género en la gestión y la democracia municipal. Sin embargo, ha despertado y crece el interés en este campo, sobre todo debido a los cruciales cambios sociales y políticos de los últimos años.
El municipio fue el ámbito territorial donde las mujeres mexicanas lograron su primera ciudadanía política. En febrero de 1947 se reformó el artículo 115 de la Constitución para introducir el derecho político de la mujer a votar y ser votadas en las elecciones municipales. El municipio era concebido como el lugar natural para permitirle a la mujer iniciar la participación ciudadana en la vida pública política y así aportarle a la vida pública local sus virtudes femeninas gracias a los roles tradicionales de madre, esposa y ama de casa en la esfera de la familia, roles que se extenderían a la administración municipal y al ejercicio de los derechos políticos. En realidad, desde el principio la mujer mexicana fue concebida como ciudadana doméstica.
Es importante destacar que la heterogenidad y la desigualdad son rasgos distintivos de los municipios y ayuntamientos mexicanos, por lo cual las formas y alcances de la participación femenina deben ubicarse dentro de esa compleja realidad. En México, el poder municipal es un poder mayoritariamente controlado y ejercido por los hombres. Si bien se observa la tendencia hacia un paulatino incremento de mujeres electas alcaldesas y regidoras, la pluralidad de género es todavía mínima.
Los datos que se presentan de mujeres en los ayuntamientos son del Sistema Nacional de Información Municipal, Centro Nacional de Desarrollo Municipal, de la Secretaría de Gobernación. Al comienzo de 1995, había 101 mujeres electas alcaldesas, quienes representaban el 4.2% del total de los actuales 2,395 municipios del país. Esta proporción es un leve aumento comparado con el 3.5% de alcaldesas en la primera mitad de 1994. El patrón desigual de acceso de las mujeres a municipios rurales o con pequeños centros urbanos no ha cambiado sólo 9 de las 101 alcaldesas gobiernan municipios de 50,000 y más habitantes (censo 1990) pero ninguna municipios de 100,000 y más habitantes. La pluralidad política de las alcaldesas es extremadamente reducida, considerando que sólo 11 han sido electas por un partido distinto al PRI 6 del PAN, 3 del PRD, y dos de pequeños partidos.
El rol de regidora es potenciamente valioso y desafiante, útil para la comunidad y para el desarrollo democrático de los municipios. Sin embargo, las mujeres son una presencia minoritaria, ya sea en las regidurías de mayoría relativa o representación proporcional. La tendencia general de la relación entre mujeres y hombres es de una o dos por cinco o siete, según el tamaño y composición de los ayuntamientos. Existen muchos casos donde no se encuentran mujeres regidoras. Por ejemplo, es revelador el caso de Guadalajara -- segunda metrópolis de México -- que en la reciente elección ganada por el PAN, no tiene una sola regidora integrando el ayuntamiento, entre los 15 cargos de regiduría todos ocupados por hombres.
El rol de síndica también es potencialmente importante y desafiante, ya que implica una posición de visibilidad pública que pone a prueba la voluntad y capacidad de honestidad y cuidado de las mujeres. Como las regidoras, las síndicas son minoría. Por ejemplo, de las recientes elecciones municipales en Nuevo León, 9 mujeres ocupan el cargo de síndicas, en un total de 51 ayuntamientos, y en Jalisco son 13 síndicas en un total de 124 ayuntamientos.
Finalmente, quiero señalar que no queremos más mujeres en el poder municipal para que actúen como "cacicas", o lideresas corporativas, o títeres decorativos; tampoco queremos más hombres que actuen así. Pero hay que enfatizar que a las mujeres les corresponde, de acuerdo a las leyes, la igualdad de ser votadas y de gobernar municipios.