POLÍTICA Y ECONOMÍA EN

LA ARGENTINA DE LOS 90

 

 

LA POLÍTICA ECONÓMICA

DE UNA SOCIEDAD EN CONFLICTO

 

 

 

Por Jorge Castro

Institute for Strategic Planning, Buenos Aires

ipejcastro@fibertel.com.ar

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Agosto 2001

 

ÍNDICE

 

 

  1. Estallido inflacionario y reconstrucción del poder político.
  2. Principales logros de la convertibilidad.
  3. La solidez de la Argentina ante las crisis internacionales.
  4. Límites de la convertibilidad: costo del capital y dolarización.
  5. La experiencia de los últimos dos años de gobierno de la Alianza.

 

Estallido inflacionario y reconstrucción del poder político

En 1989 la Argentina experimentó el primero de los dos estallidos hiperinflacionarios que tuvo el país. En ese año la inflación superó el 5600% anual. En el mes de julio de 1989, en que se hace cargo de los restos de poder que había en la Argentina el presidente Carlos Menem, el nivel de inflación superó el 200% mensual. Entre julio de 1989 y diciembre de 1990, hubo un nivel de inflación superior a los 22000 %.

A fines de la década del 80, la situación política se caracterizaba por un derrumbe progresivo de la efectividad del Estado para gobernar en todos los frentes. La explosión hiperinflacionaria entre los meses de mayo y agosto de 1989 produce el colapso de las finanzas públicas y deja una situación fiscal deteriorada, un creciente endeudamiento público y las reservas internacionales en niveles mínimos.

La asunción anticipada de la presidencia por Carlos Menem en julio de 1989 constituyó el inicio de una serie de medidas políticas tendientes a restablecer la autoridad del Estado y reconstruir sus capacidades institucionales tras el colapso hiperinflacionario y una situación de total ingobernabilidad del país.

Por este motivo, un análisis de lo acontecido en la década de los noventa en la Argentina permite caracterizarla como un proceso de reducción acumulativa de los niveles de incertidumbre política y económica y de reconstrucción sistemática de la capacidad del Estado.

Por lo tanto, cuando se inicia el proceso de estabilización de la economía mediante el Plan de Convertibilidad, en abril de 1991, la Argentina ya había restablecido y consolidado su estabilidad política e institucional en el marco interno y externo.

Las decisiones y políticas de orden estratégico impulsadas por el gobierno del presidente Menem eliminaron las fuentes estructurales de inestabilidad, al desarticular el sistema corporativo público-privado que vinculó por décadas al Estado argentino con los más diversos sectores de la sociedad y al asumir las responsabilidades de gobierno en el marco de una profunda crisis y restablecer la autoridad y la capacidad decisoria del Estado sin afectar el pleno funcionamiento de las instituciones del sistema democrático.

La sucesión de Domingo Cavallo en julio de 1996 en un marco de estabilidad de los mercados, y la ratificación del respaldo popular a las transformaciones estructurales y al Plan de Convertibilidad por una amplia mayoría del electorado y del espectro político nacional en las elecciones presidenciales de 1995, también contribuyeron a reforzar la credibilidad a largo plazo de la Argentina. Más aun, la solidez del sistema financiero, monetario y bancario del país en el marco de los sucesivos impactos de la crisis internacional y, particularmente, tras la devaluación brasileña del 12 de enero de 1999, estableció un piso alto de credibilidad en lo referente a su estabilidad económica y política, luego perdido en el 2000 y el 2001.

Principales logros de la convertibilidad

Las instituciones fundamentales que han permitido llevar a cabo las reformas estructurales en la década del 90 han sido la convertibilidad y la autonomía del Banco Central.

Luego de diez años de convertibilidad en la Argentina se logra, en primer lugar, la eliminación de la inflación (hiperinflación y mega inflación) que llega a fines de la década del 90 a niveles inferiores a los del promedio mundial y aún menores a los de países como Alemania.

En segundo lugar, el país ha tenido el ritmo de crecimiento más alto de los últimos setenta años, aún después de las crisis internacionales desencadenadas en México, Rusia y Brasil. Entre 1990 y 1998, el producto bruto interno argentino aumentó un 43.7 % acumulado. Esto implica una tasa de crecimiento promedio del 6.7% anual, incluido el crecimiento negativo del -4.6% de 1995 debido al efecto de la devaluación mexicana. Las exportaciones crecieron un 83% acumulado entre 1990 y 1998, pasando de 12 MM U$S en 1990, a 26.5 en 1998, lo cual implica un incremento anual promedio del 13.8%.

En tercer lugar, se producen importantes aumentos en los niveles de productividad debido a la apertura de la economía, la modernización de los diferentes sectores de la economía, la revolución en telecomunicaciones y a la drástica eliminación de la inflación. En el nivel internacional, la Argentina está en ese período entre las economías con mayores tasas de crecimiento de productividad. Durante el período 1980-1989 la productividad evolucionaba a una tasa negativa mientras que en la década del 90 el crecimiento promedio fue del 4,4 % anual acumulado.

En cuarto lugar cabe destacar la importancia de la inversión extranjera directa, que llegó a niveles superiores a los del resto de América Latina y de la mayoría de los países del mundo emergente. Hacia mediados de la década del 90, la Argentina se transformó en receptora privilegiada de inversiones extranjeras directas, la principal fuente de transferencia tecnológica en la economía mundial de fin de siglo.

La solidez de la Argentina ante las crisis internacionales

A diferencia de lo sucedido con la anterior crisis financiera internacional, desatada a fines de 1994 con la devaluación del peso mexicano y el denominado "efecto tequila", en 1997-99 la Argentina no sufrió fuga de capitales ni pérdida de depósitos bancarios. Por el contrario los depósitos en el sistema financiero se incrementaron y el flujo de IED se mantuvo, en el marco de la crisis.

La Argentina construyó su nueva realidad institucional y económica en el marco de un cambiante contexto internacional y de agudas crisis, como la hiperinflación en 1989-90 y el efecto de la devaluación mexicana de diciembre de 1994, mediante una inmensa cuota de liderazgo político. Las decisiones estratégicas asumidas en el marco de crisis tan severas como las mencionadas permitieron establecer un marco de estabilidad y confianza, e incrementaron en forma acumulativa la reputación internacional del país.

Hacia mediados de la década, la Argentina se transformó en receptora privilegiada de inversiones extranjeras directas, la principal fuente de transferencia tecnológica en la economía mundial de fin de siglo.

La inversión extranjera lidera el proceso de reconversión industrial de los noventa en especial en aquellos aspectos modernizadores del proceso y destacan la elevada correlación entre los sectores más dinámicos de la producción local y el aumento de la participación del capital extranjero en dichos sectores. Las filiales de transnacionales impulsaron la adopción de tecnologías de producto de nivel internacional, el aprovechamiento de economías de escala y especialización, la introducción de métodos de gestión para aumentar la productividad y difundir los nuevos paradigmas de calidad, un mayor grado de capacitación del personal y la consideración de un horizonte de planificación estratégica.

Si bien el espectacular incremento de los flujos de IED han jugado y juegan hoy un rol crucial en el crecimiento de la economía argentina, es evidente que el pleno despliegue de la capacidad potencial de su economía, esto es, el incremento sostenido de su productividad, depende, fundamentalmente, de factores institucionales y de la fortaleza de la capacidad decisoria de su sistema político.

Los límites de la convertibilidad: costo del capital y dolarización

La convertibilidad no ha logrado resolver el problema del costo del capital, que depende de la percepción del riesgo que exista sobre los países emergentes y en especial de la Argentina y de las crisis financieras internacionales. Tras las series sucesivas de shocks financieros internacionales que se producen a partir de 1995 (efecto Tequila), los mercados emergentes se ven obligados a ofrecer mayores garantías y condiciones de estabilidad de largo plazo, a fin de atraer capitales. Esto se vincula en forma directa con la solidez de sus instituciones fiscales y monetarias y con las condiciones de gobernabilidad (ejercicio efectivo del poder político democrático) de cada Estado.

En la Argentina, la persistencia de una diferencia significativa entre la tasa de interés en pesos y en dólares es la evidencia de que, a pesar de la consolidación de la estabilidad monetaria lograda con la ley de convertibilidad, todavía existe en los mercados financieros la percepción de un potencial de riesgo devaluatorio. Esto hace que el país mantenga una tasa de riesgo elevada, que se ve reflejada en el alto costo de las tasas de interés .

Por ello, y desde el punto de vista económico y también político, la convertibilidad se ha convertido en el principal instrumento de inserción internacional de la Argentina. Pero, a su vez, esta inserción depende de las condiciones de gobernabilidad del país, cuyas características son principalmente fiscales y monetarias.

La experiencia muestra que los estados que obstaculizan o interrumpen los flujos y tendencias predominantes de la economía mundial frenan las posibilidades de que sus economías se acerquen a los niveles de productividad exigidos por la revolución tecnológica.

El sistema de instituciones políticas desempeña un rol tan importante como las instituciones fiscales y monetarias. Son las que ofrecen un marco de certidumbre y garantías para el funcionamiento de la economía, y las que estimulan o frenan la innovación, así como facilitan y garantizan los flujos de capital, información y tecnología.

Sin el control de las variables fiscales y monetarias, el poder desaparece o se desintegra. Por ello, la convertibilidad junto con la autonomía del Banco Central, no sólo son instrumentos monetarios, sino también factores de gobernabilidad que poseen un evidente significado político.

La convertibilidad es, antes que un régimen de paridad fija, una caja de conversión. Es un sistema bimonetario previamente dolarizado en los hechos. Por ello, la dolarización no es diferente de la convertibilidad, sino que representa su profundización.

Sobre esta base podemos considerar que la dolarización no sería, en realidad, un experimento ajeno o diferente de lo que significa la convertibilidad. La dolarización apunta a optimizar y a profundizar la convertibilidad, constituyéndose en la base de una nueva etapa de reformas en la economía argentina.

La experiencia de los últimos dos años de gobierno de la Alianza

En los últimos cuatro meses se han producido cinco hecho fundamentales que permiten caracterizar la naturaleza de las dificultades que enfrenta la Alianza que conduce la Argentina desde diciembre de 1999.

1 ) A pesar del megacanje, materializado el 5 de junio del 2001, y el paquete de medidas orientadas hacia la reactivación productiva anunciadas diez días después por el Ministro Domingo Cavallo, la tasa riesgo país no sólo no bajó sino que se incrementó. Más aún: el índice de la tasa riesgo país se encuentra hoy muy por encima del nivel en que se hallaba cuando asumió el nuevo ministro. Esto implica que, así como el efecto del blindaje financiero internacional, anunciado a fines de diciembre por el ex-Ministro de Economía José Luis Machinea, no duró más de sesenta días, las expectativas creadas por el megacanje se diluyeron en apenas treinta días. En este contexto, las perspectivas de crecimiento de la economía argentina de aquí a fin de año se van reduciendo semana tras semana.

2 ) Los sucesos ocurridos en General Mosconi, en la provincia de Salta, en Junio del 2001, donde hubo dos muertos y resultaron heridos veintisiete efectivos de la Gendarmería Nacional, indican la creciente intensidad de los conflictos sociales. Al mismo tiempo, alertan sobre la posibilidad de una reaparición de organizaciones que plantean la lucha armada como opción política. Las diferencias de criterio registradas dentro del gabinete nacional entre el Ministro de Desarrollo Social, Juan Pablo Cafiero, y el Ministro del Interior, Ramón Mestre, reflejan la extrema inestabilidad de la coalición gobernante.

3) La detención de Carlos Menem se convirtió en un factor adicional de agravamiento de la situación política. La utilización procesal de la figura penal de la "asociación ilícita" para encarcelar a un ex-presidente constitucional por actos realizados en el ejercicio del poder constituye un precedente altamente peligroso. Así lo revela, por ejemplo, la denuncia formulada por el fiscal Miguel Ángel Osorio, quien pide que se investigue al presidente Fernando de la Rúa y al Ministro Cavallo por una supuesta "asociación ilícita" en relación al trámite del "megacanje" de la deuda externa argentina.

4) El endurecimiento frente al gobierno nacional reflejado en la actitud de los catorce gobernadores peronistas, con el aval del Consejo Nacional partidario y la conducción de ambos bloques legislativos del justicialismo, constituye la expresión de un estado creciente de enfrentamiento que coloca al país al borde de una nueva crisis política, de mayor gravedad que las anteriores.

En este contexto, la evidencia de que la coalición oficialista se apresta a sufrir una dura derrota en las elecciones legislativas convocadas para el 14 de octubre próximo, como indican la totalidad de las encuestas convierte en altamente probable el estallido de una nueva crisis política. Esto es así hasta el punto de discutirse si dicha crisis ocurrirá el 15 de octubre o si irrumpirá incluso antes de las elecciones, ante la previsibilidad de un desenlace que puede inducir a un adelanto de los acontecimientos.

De allí que vuelvan a instalarse en la opinión pública y en los medios de comunicación diversas variantes de "acuerdos de gobernabilidad" destinados a enfrentar la crisis. En todos esos análisis, falta empero un elemento importante: no plantea el contenido sobre el que puede sustentarse ese posible "acuerdo de gobernabilidad" ¿Qué otra cosa más puede hacer la oposición para colaborar con la sustentabilidad política del gobierno , al que hace tres meses le entregó "facultades especiales" de carácter extraordinario para que pudiera enfrentar la crisis?

En definitiva, lo que está ocurriendo en este momento en la Argentina es que la crisis política de orden estructural que el país experimenta, especialmente en lo referido a la falta de control de las variables fiscales y monetarias, y que se revela en un aumento excepcional del riesgo país, parece haber escalado un punto cualitativamente superior a lo hasta ahora conocido, en la que el cuestionamiento de la opinión pública al sistema político en su conjunto se concentra en quienes ejercen el poder del Estado, el presidente Fernando De la Rúa y el ministro Domingo Cavallo.

En estas condiciones, la Argentina enfrenta un creciente vacío de poder, en el momento en que el poder político tiene más importancia, precisamente porque la crisis que caracteriza a la incapacidad de crecimiento de la Argentina está directamente vinculada a la falta de confianza interna y externa sobre el país, cuya manifestación más extrema es la debilidad y el cuestionamiento generalizado que existe hacia el poder político.

Un elemento que conviene subrayar en este esfuerzo por comprender los acontecimientos argentinos, es que la economía mundial establece nuevas condiciones de gobernabilidad, es decir, de ejercicio efectivo del poder político del orden democrático. En especial, la gobernabilidad de un Estado en un contexto de crisis se relaciona estrechamente con la capacidad para controlar las variables fiscales y monetarias. Esto se debe a que, en la década del 90, tanto la Argentina como gran parte de los países emergentes, dependen estructuralmente para su financiamiento de la vinculación que establezcan con el sistema financiero internacional.

La característica de este sistema financiero internacional es que está totalmente desregulado y descentralizado, no es supervisado ni controlado por ningún Banco Central o grupo de bancos centrales. Por lo tanto, es un sistema que, como consecuencia de la revolución tecnológica del procesamiento de la información, que permite tomar decisiones estratégicas en tiempo real a escala mundial, es altamente descentralizado al punto de que se ha transformado en un espacio cibernético integrado de alcance global.

La consecuencia es que el sistema financiero internacional actúa siguiendo dos vectores. El primero se relaciona con la búsqueda de la mayor rentabilidad préstamos o de sus inversiones. El segundo, que se cruza con el anterior y que establece como consecuencia de ese cruce cuál es el vector decisivo de la conducta de esos mercados, es la búsqueda de seguridad a sus inversiones o préstamos. El cruce de la mayor rentabilidad con el máximo de seguridad es, en definitiva lo que establece la lógica del comportamiento de estos mercados financieros internacionales desregulados y descentralizados y unificados por la revolución tecnológica.

En consecuencia, lo que ha ocurrido en la Argentina en el transcurso de este año y medio, es una profunda crisis de confianza del sistema financiero internacional con respecto a la capacidad del sistema político argentino de llevar a cabo decisiones de orden estratégico que le permita mantener un camino previsible en su vinculación con el sistema mundial.

En el año 2000 se produjo una anomalía histórica. Hasta el año pasado, la regla dentro de la convertibilidad era inequívoca. Esta regla de vinculación de las nuevas instituciones económicas surgidas de las transformaciones estructurales de la década del ´90 con el sistema mundial funcionaba de la siguiente manera: la Argentina tendía a crecer por encima del promedio internacional cuando la economía mundial estaba en expansión, pero cuando se producía algún shock financiero que aumentaba la percepción de riesgo con respecto a los países emergentes, la Argentina no sólo no crecía sino que se sumergía en la recesión. Por este motivo la década del ´90 es la de mayor crecimiento económico de la historia argentina, incluso superior a la del ´20, cuando la Argentina alcanzó el nivel más elevado de crecimiento económico.

Pero al mismo tiempo, es una década donde la Argentina ha tenido que enfrentar shocks internacionales que se transformaron en profundas recesiones internas. El primero de esos shocks financieros fue producto de la devaluación mexicana del 20 de diciembre de 1994, que desató el "efecto tequila", y que fue calificada por el entonces director del FMI, Michel Camdessus, como "la primera crisis financiera del siglo XXI". Esta crisis, que parecía un fenómeno exclusivamente regional porque golpeó sólo a dos países latinoamericanos, México y luego la Argentina, era en realidad el preanuncio de las condiciones y características de los siguientes shocks financieros que se producirían en el mundo a partir de 1995.

Desde 1995, el mundo experimenta la crisis de un país emergente o de un grupo de países emergentes cada año o cada dos años a más tardar: en 1995 la devaluación mexicana, en julio—agosto de 1997, la caída de cinco países significativos del sudeste asiático y, luego, en 1998, se desata la moratoria unilateral rusa.

La Argentina se mantuvo a pie firme después del "efecto tequila", ante el shock provocado por las devaluaciones de los mercados emergentes del Sudeste Asiático, pero fue golpeada en forma directa por la moratoria unilateral rusa de agosto de 1998, que es el origen de la actual recesión del país y que generó, ante la decisión de Moscú de no pagar la deuda pública doméstica, una verdadera estampida de capitales de todo el mundo emergente hacia los Estados Unidos . El resultado fue que el conjunto de los países emergentes ingresó en una extraordinaria situación de contracción financiera y con niveles distintos de recesión.

La estampida que provocó la moratoria unilateral rusa arrastró luego, en enero 1999, a Brasil. Entre la moratoria internacional rusa y la devaluación forzada de Brasil, la recesión de la Argentina se profundizó aún más. La crisis financiera internacional que comenzó en julio de 1997 en el Sudeste Asiático, que pasó por Rusia y luego por Brasil, en lo esencial terminó en julio—agosto de 1999 y duró dos años. Casi de inmediato, el mundo comenzó a crecer nuevamente y, como era previsible, la Argentina recuperó el crecimiento económico.

Luego de la brutal recesión que la Argentina experimentó a partir de agosto de 1998—enero 1999, la economía del país mostró en el último trimestre del año 1999 una recuperación del orden del 3% anual, lo que indicaba de manera acabada que se había completado el ciclo recesivo desatado por la serie sucesiva de shocks financieros internacionales, y que nuevamente la convertibilidad y las transformaciones estructurales realizadas en la década del ´90, colocaban a la Argentina en las condiciones mostradas en los últimos diez años: cuando la economía mundial se expande, la Argentina crece por encima del promedio mundial.

La anomalía del año 2000 es de una envergadura tal que exige pensar de nuevo el paradigma utilizado para caracterizar la relación de la Argentina con el mundo desde 1991 en adelante. En el año 2000 no se produjeron shocks financieros internacionales. Sin embargo, mientras la economía se recuperaba con un crecimiento del 3% anual en el último trimestre de 1999, la Argentina, con independencia de lo que ocurría en el mundo, transformó esa recuperación incipiente y cada vez más acelerada, en una profunda recesión.

En definitiva, lo que ocurrió en el año 2000 fue una excepción a la regla de una magnitud tal que, probablemente, establece una nueva regla. La Argentina tuvo en el año 2000 un crecimiento negativo, una contracción del 0,7% del producto, que entre enero y diciembre representó una caída del 2%, a pesar de que la economía mundial creció en ese período 5%, la mayor tasa de crecimiento de los últimos dieciséis años, mientras el comercio internacional se expandió el 13%.

A pesar de estas condiciones, la Argentina fue el único de los países emergentes que no sólo no creció, sino que sufrió una contracción. Es el único que no creció en América Latina. Los indicadores de crecimiento, publicados semanalmente por la revista The Economist, muestran que Argentina es el único país emergente que no creció, mientras que sí lo hicieron Colombia, Perú, Rusia, países sumidos en cruentas guerras civiles o en graves crisis institucionales.

En este sentido, puede ubicarse el origen de la depresión que experimenta la Argentina a partir de enero del 2000, cuando se crean las condiciones internas de carácter político que obstaculizan la recuperación de la economía del país, a pesar del contexto internacional favorable.

La situación argentina puede caracterizarse no sólo como el resultado de treinta y siete meses continuados de recesión. Es una depresión de carácter estructural, resultado de la progresiva desintegración de la capacidad del poder político para gobernar.

En este sentido, un indicador clave es la evolución de la tasa de riesgo país, la percepción de riesgo que ofrece la Argentina frente al sistema financiero internacional. En la primera semana de octubre del 2000, la tasa riesgo país de Argentina era de 600 puntos básicos en relación a los valores de referencia norteamericanos, (que son los títulos del Tesoro norteamericano a diez años). Entre la primera semana de octubre y el 11 de noviembre del año pasado, la tasa riesgo país se duplicó, pasando de los 600 puntos básicos a los 1150 puntos básicos en un solo mes. Esa situación por la cual el riesgo país hacía insostenible el pago de la deuda pública fue lo que llevó a la intervención internacional a través del blindaje financiero como último resorte que impidió que la Argentina entrara en cesación de pagos.

El elemento político que transformó la recesión en depresión estructural, fue la renuncia del entonces Vicepresidente de la Nación, que mostró al mundo y a la opinión pública que la Alianza gobernante experimentaba una situación de desagregación política que hacía que el "default argentino" surgido de la falta de crecimiento económico se tornara inevitable.

Así, la fórmula de default argentino se puede caracterizar por la suma de dos factores. Primero, un país que no crece mientras el mundo está en expansión, que tiene un crecimiento negativo de 0,7 %, que es una caída del 2% entre enero y diciembre, a pesar de que la economía mundial crece un 5 % en ese período. El segundo componente es la desagregación del poder político gobernante, un factor que muestra, ante el sistema financiero internacional y la opinión pública nacional e internacional, que no hay poder político capaz de tomar de manera efectiva las medidas del ajuste que se han tornado imprescindibles.

La intervención del FMI en el mes de diciembre del 2000 evitó que la Argentina entrara en cesación de pagos. Sin embargo, el efecto del blindaje financiero internacional duró exactamente dos meses. A partir de febrero del 2001 la tasa riesgo país comenzó a subir nuevamente ante la evidencia de que la Argentina no volvía a crecer, esto es, que el financiamiento internacional no le otorgaba al país los instrumentos del crecimiento económico. La razón por la que no había crecimiento económico era porque si bien el financiamiento internacional garantizaba el pago de los intereses y del capital de la deuda pública y, por lo tanto, tornaba insostenible la posibilidad de un default, al mismo tiempo, la desagregación del poder político percibida por la opinión pública y el sistema financiero internacional puso en evidencia que la Argentina entraba nuevamente en riesgo de default, no obstante la asistencia internacional.

Por este motivo la tasa de riesgo país volvió a subir: mientras que el ex ministro José Luis Machinea deja una tasa de riesgo país con un nivel de 800 puntos básicos, ésta aumenta con su sucesor , Ricardo López Murphy y se ubica, finalmente, por encima de los 1000 puntos básicos desde que asume el actual ministro Domingo Cavallo.

La Argentina en suma, experimenta una situación de crisis política de orden estructural, de largo plazo, vinculada con la falta de control de las variables fiscales y monetarias. Esta crisis ha provocado la recesión convertida posteriormente en depresión estructural . En el medio, la recesión modificó su naturaleza al incorporársele la desagregación política, cuya manifestación extrema, pero no única, fue la renuncia del ex Vicepresidente en el mes de octubre del año pasado. A esto se sumó posteriormente el cuestionamiento a la autoridad del Estado en las dos figuras que encarnan el escaso poder político que hay hoy en la Argentina: el presidente Fernando De la Rúa y el Ministro de Economía Domingo Cavallo.

Hay que agregar que la crisis política que experimenta el país no se limita al hecho de que la Alianza gobernante está en proceso de franca descomposición política. Hay que incorporarle a la actual crisis, la situación de horizontalización del peronismo, que impide que ,hasta ahora, se convierta en un actor político unificado capaz de ofrecer al país una alternativa para enfrentar la crisis y resolverla.

Esto es lo que agrava la situación y le otorga características críticas comparables al colapso hiperinflacionario de 1989, pero con la diferencia que esto ocurría en los últimos meses de gobierno entonces vigente y mientras ya había sido elegido un nuevo Presidente, en un contexto internacional caracterizado por el fin de una época histórica, el surgimiento de la globalización, la primacía de los Estados Unidos en el sistema internacional y la existencia en la Argentina de un poder político alternativo con una visión anticipada de los acontecimientos de alcance mundial.

En este sentido, a pesar de la gravedad de la crisis que atraviesa la Argentina, es necesario resaltar que, en la medida en que pueda vérsela en su carácter específico, se alejarán las visiones catastróficas que proliferan como resultado de lo indeterminado y que sumergen en el escepticismo y la apatía a los actores políticos y sociales.