Seducidos y abandonados: pobres urbanos,

aislamiento social y políticas públicas

 

 

 

Ruben Kaztman

Universidad Católica de Uruguay
kaztman@adinet.com.uy

 

 

 

 

 

 

 

I. INTRODUCCION

1.

La mayoría de las políticas públicas que se llevan a cabo en los países de la región para elevar el bienestar de los pobres urbanos han descuidado los problemas de su integración a la sociedad, operando como si el sólo mejoramiento de sus condiciones de vida los habilitara para establecer (o re-establecer) vínculos significativos con el resto de su comunidad. Sólo en los últimos años, y a medida que se constata la agudización de los problemas de segmentación social que acompañan el despliegue de los nuevos modelos de crecimiento, el discurso de académicos y responsables de políticas sociales comienza a reflejar una preocupación por los problemas de aislamiento social de los pobres urbanos y por los mecanismos que nutren y sostienen esas situaciones, más allá de la consideración de sus apremios económicos y de sus carencias específicas. En efecto, la incorporación en el léxico especializado de las nociones de exclusión, desafiliación, desvalidación, fragmentación, etc., revelan la inquietud por la creciente proporción de población que, además de estar precaria e inestablemente ligada al mercado de trabajo, sufre un progresivo aislamiento con respecto a las corrientes principales de la sociedad. Dicho fenómeno, cualquiera que sea el término que se le aplique, implica vínculos frágiles —y, en el extremo, inexistentes- con las personas e instituciones que orientan su desempeño por las normas y valores dominantes en la sociedad en un determinado momento histórico.

Una virtud de estos enfoques es la incorporación de la estructura social como elemento explícito del marco conceptual con que se interpretan los fenómenos de pobreza. La localización de los pobres dentro de esa estructura varía no sólo según la profundidad de las brechas que los separan de otras categorías sociales en el mercado de trabajo, sino también según los niveles de segmentación en cuanto a la calidad de los servicios de todo tipo y los grados de segregación residencial. Estas consideraciones permiten ampliar el campo de comprensión de los fenómenos de pobreza más allá de los esquemas que la conciben como producto de las vicisitudes de la economía, o como resultado del portafolio de recursos de los hogares y de su capacidad de movilizarlos de manera eficiente, al mismo tiempo que abren expectativas acerca de la posibilidad de formular políticas que atiendan dichos fenómenos en forma más integral que en el pasado.

En las notas que siguen presentaré algunas hipótesis referidas a la naturaleza y determinantes del aislamiento social de los pobres urbanos, con la esperanza que los resultados de su puesta a prueba contribuyan a mejorar la eficacia de los programas anti-pobreza. Demás está decir que, dado que todavía son muy escasas las investigaciones sobre estos temas en los países de la región, la mayoría de dichas hipótesis se encuentran en estado embrionario.

 

 

 

 

 

2.

Entre los principales factores que motorizan los cambios que experimenta la pobreza urbana en los países de la región se encuentran las transformaciones que ocurren en los mercados de trabajo. Bajo el impulso de procesos de desindustrialización, achicamiento del Estado y una acelerada incorporación de innovaciones tecnológicas en algunas áreas de actividad se reduce la proporción de ocupaciones protegidas y estables, crecen las disparidades de ingresos entre trabajadores de alta y baja calificación así como los problemas de desempleo y subempleo que afectan particularmente a estos últimos. A menos que existan políticas específicamente diseñadas para prevenir que ello suceda, los aumentos en la amplitud de las brechas de ingreso entre segmentos de la población urbana amplían las distancias sociales entre los pobres y no pobres.

La transferencia de disparidades de ingreso a disparidades sociales tiene ciertamente muchas explicaciones. Quizás la más simple es aquella que sostiene que, en la medida que los hogares favorecidos se alejan de la mediana de ingresos de la población, aumenta su propensión a adquirir en el mercado servicios de mejor calidad que los colectivos. Cuando esta conducta se extiende a prestaciones básicas como el transporte, la educación, la seguridad pública, la salud y los servicios de esparcimiento, se producen al menos tres cambios importantes en la estructura social que alimentan los mecanismos de aislamiento social de los pobres urbanos. En primer lugar, se reducen los ámbitos de sociabilidad informal entre las clases a que da lugar el uso de los mismos servicios. Segundo, también se encoge el dominio de problemas comunes que los hogares enfrentan en su realidad cotidiana. Tercero, los servicios públicos pierden el importante sostén que se derivaba del interés de los estratos medios (donde se concentran los que tienen "voz") por mantener la calidad de las prestaciones que utilizaban, activando de ese modo un círculo vicioso de brechas crecientes de calidad entre servicios públicos y privados que tiende a deteriorar la posición relativa de los pobres respecto al resto de la sociedad. A un nivel más abstracto y taxonómico, este triple efecto sobre la situación de los pobres urbanos se traduce en i. un deterioro objetivo de la igualdad de oportunidades para la acumulación de activos a través del acceso a servicios y al capital social que resulta de los contactos con personas que controlan recursos escasos; ii. un deterioro subjetivo de la percepción de igualdad o ciudadanía; iii. un deterioro subjetivo en la predisposición a la cooperación y a la reciprocidad entre miembros de estratos socioeconómicos distintos.

 

Las disparidades de ingresos y las diferencias en cuanto a protecciones y estabilidad laboral también se manifiestan en la localización de las clases en el territorio urbano. De hecho, y como discutiré más adelante, una de las expresiones más dramáticas de la reducción de los ámbitos de interacción informales entre distintos estratos socioeconómicos es la progresiva polarización en la composición social de los vecindarios.

 

 

3

El resultado de estos procesos es un creciente aislamiento social de los pobres urbanos con respecto al "mainstream" de la sociedad. Dicho aislamiento se convierte en un obstáculo importante a la acumulación de los activos que se necesitan para dejar de ser pobres, lo que hace que la pobreza urbana socialmente aislada se constituya en el caso paradigmático de la exclusión social.

En lo que sigue discutiré algunos de los procesos más importantes que se aúnan en la actualidad para producir los tres cambios en la estructura social antes mencionados. Me refiero al aumento de la proporción de la población económicamente activa que muestra un involucramiento precario e inestable con el mundo del trabajo; a la progresiva reducción de los espacios públicos que posibilitan contactos informales entre las clases en condiciones de igualdad y a la creciente concentración de los pobres en espacios urbanos segregados. El primero apunta al aumento de la precarización e inestabilidad como rasgo de los mercados laborales; el segundo a la segmentación en los servicios —principalmente en la educación- y el tercero a la segregación residencial. El Diagrama 1 resume las principales hipótesis de trabajo en cada uno de estos campos.

Para simplificar la presentación, el Diagrama no hace referencia a otros servicios básicos, pero ciertamente la salud, el transporte, la seguridad pública y los lugares de recreación y esparcimiento colectivo, entre otros, determinan espacios de interacción con mecanismos específicos de integración y de segmentación. Con sus matices particulares, el funcionamiento de cada uno de ellos va conformando el escenario de estructuras de oportunidades donde se nutre el portafolio de activos de los pobres urbanos, contribuyendo, de ese modo, a definir su localización en la estructura social de la ciudad.

En lo que sigue comentaré con más detalle la naturaleza, determinantes y consecuencias de las segmentaciones en el ámbito laboral, educativo y residencial.

 

 

DIAGRAMA 1

POSIBLE INCIDENCIA DE SEGMENTACIONES EN ÁREAS DE LA ESTRUCTURA SOCIAL SOBRE LA FORMACIÓN DE ACTIVOS QUE PODRÍAN AMORTIGUAR LAS TENDENCIAS AL AISLAMIENTO DE LOS POBRES URBANOS.

 

Segmentaciones

Capital social individual

Capital social colectivo

Capital ciudadano

En el área laboral

Reduce la probabilidad de contar con redes de información y contactos que facilitan la búsqueda de empleos y el acceso a servicios.

La separación de los lugares de trabajo que reclutan a los que tienen "voz", reduce la fortaleza de las instituciones laborales y de las reivindicaciones que pueden articular los pobres urbanos.

El trabajo deja de operar como el vínculo central de pertenencia a la sociedad. Se afecta la adquisición de derechos ciudadanos. Se debilitan los

sentimientos de ciudadanía al no compartir problemas y destinos con trabajadores del "mainstream".

En el área educativa

Se debilitan: i. la formación de redes de reciprocidad y solidaridad; ii. La posibilidad que los que tienen más conozcan los méritos y construyan lealtades con los que tienen menos; iii. La posibilidad de incorporar hábitos y actitudes de clase media con respecto a la movilidad a través de la educación.

Se reduce la participación de los padres de estudiantes de clase media en la educación pública y, por ende, también se atenúa su impacto sobre el mantenimiento de la calidad de estos servicios.

Los estudiantes pobres ven reducidas sus oportunidades de experimentar la pertenencia a una comunidad con iguales derechos y obligaciones, con similaridad de problemas y recompensas en base a méritos, con sus pares de otras clases.

En las áreas residenciales.

Menor información y contactos. Menor eficiencia normativa. Menor exposición a modelos de rol.

Riesgos de declinación de las instituciones vecinales por déficit de liderazgos.

Debilitamiento de sentimientos de ciudadanía al no compartir problemas vecinales con otras clases y riesgos de formación de subculturas marginales.

II. LA SEGMENTACIÓN LABORAL

A los efectos de la discusión que se desarrolla en los puntos siguientes conviene comenzar rescatando las observaciones sintetizadas en el Diagrama 1 con respecto a aspectos del portafolio de activos de los pobres urbanos que podrían ser afectados por las transformaciones en el mercado laboral y que resultan relevantes para su nivel de aislamiento o integración en la sociedad.

  1. Dimensión de capital social individual: el establecimiento donde se trabaja es un lugar privilegiado para la construcción de redes de amistad a través de las cuales fluyen recursos en forma de contactos, información y facilidades de acceso a determinados servicios.
  2. Dimensión de ciudadanía en sus aspectos subjetivo y objetivo: es también un ámbito privilegiado para la generación de elementos subjetivos de ciudadanía, en el que se comparten problemas, se consolidan identidades, se afianzan autoestimas y se construye un destino común. Pero también para la adquisición de derechos objetivos de ciudadanía, a través de conquistas laborales como son la extensión y mejoramiento de la calidad de prestaciones sociales usualmente asociadas al rol de trabajador asalariado.
  3. Dimensión de capital social colectivo. La participación estable en un mismo establecimiento de trabajadores con distintos niveles de calificación aumenta las oportunidades que tienen las categorías de trabajadores menos calificados de acceso a instituciones eficientes para la defensa de sus intereses laborales y para la preservación de derechos ya adquiridos.

Una de las características nodales de la presente reestructuración económica radica en que la elevación de los umbrales de calificación para participar en el mercado formal se produce al ritmo crecientemente acelerado de las innovaciones tecnológicas y de los requerimientos de productividad y competitividad a nivel mundial. Esta situación suele implicar una drástica devaluación de los créditos asociados a las habilidades y competencias que éstos lograron adquirir en los lugares de trabajo y, por ende, una reducción igualmente drástica de sus posibilidades de participar en el mercado formal y en los ámbitos laborales donde se acumula el tipo de activos antes mencionados. Paralelamente, se producen intensos procesos de desindustrialización y achicamiento del Estado con una consecuente reducción de la proporción de puestos de trabajo estables y protegidos, así como un aumento de los servicios, particularmente de los personales y de consumo. Por un lado, como los servicios presentan una distribución del ingreso y de las calificaciones más polarizada que la industria, la transferencia masiva de mano de obra de un sector a otro se vincula a un crecimiento de la desigualdad en los ingresos y en las condiciones de trabajo. Por otro lado, muchas de las actividades de servicios personales y de consumo pueden verse como extensiones de las tareas domésticas y presentan márgenes muy estrechos para aumentos de productividad. Como argumenta Esping Andersen (1999) citando a Baumol (1967), estas dos características las exponen a una "enfermedad de costos" (cost disease) que las hace inherentemente precarias e inestables.

Para apreciar la relevancia de estos procesos para los trabajadores latinoamericanos basta tener presente dos hechos. El primero es que la actual tendencia a la precarización del empleo se plantea en sociedades en las que ya se ha producido el pasaje del predominio de interacciones reguladas por una "solidaridad mecánica" al predominio de la "solidaridad orgánica". (Durkheim, 1964). Esto quiere decir que, con la mayor división del trabajo, y bajo el impulso de la necesidad de interdependencia que generan los procesos de diferenciación y especialización, el eje de la integración a la sociedad se fue trasladando desde las instituciones primordiales (familia y comunidad, principalmente) al mundo laboral, lo que permitió abrigar la esperanza que, al igual que en las naciones de industrialización temprana, el trabajo se constituiría en la vía privilegiada para la integración a la sociedad y para la formación de identidades y sentimientos de autoestima.

Sin embargo, esa promesa parece ir perdiendo actualidad para la masa creciente de población que, en el nuevo contexto económico global, no logra establecer un tipo de vínculos con el mercado de trabajo lo suficientemente estable y protegido como para servir de plataforma a procesos de integración social. Para esos grupos, el trabajo deja de constituir la principal actividad sobre la que se apoya la estructuración racional de la vida cotidiana. Se debilita su rol como articulador de identidades, como generador de solidaridades en la comunidad laboral y en las instituciones que de allí derivan y, en la medida que la reducción de las formas estables de participación en el mercado y el debilitamiento de sus organizaciones cierran fuentes importantes de construcción de derechos, también pierde relevancia como promotor de ciudadanía

El segundo hecho vinculado a las consecuencias de la precarización e inestabilidad laboral sobre las condiciones de vida de los pobres urbanos tiene que ver con el tipo de régimen de bienestar predominante en la región. Aun cuando ninguno de los países de América Latina ha alcanzado un nivel de cobertura, calidad y articulación de las prestaciones sociales que amerite incorporarlos a la categoría de "regímenes de bienestar" en el sentido que le da Esping Andersen (1990, 1999), los embrionarios regímenes que se establecieron en la región siguieron moldes que se acercan más al "conservador" de la Europa continental, con énfasis en la asignación de derechos a través del trabajo, que al "social democrático" de los países nórdicos, que apunta a derechos universales de ciudadanía, o al liberal de los países anglosajones con su foco en la provisión de redes de seguridad a los pobres y marginales. En este sentido, la institucionalidad regional que tiene que ver con la socialización de los riesgos está escasamente preparada para proteger a la población con vínculos precarios e inestables con el mercado de trabajo.

Ciertamente el Estado tiene un rol medular en la determinación de los efectos de la reestructuración económica sobre la segmentación laboral. Un salario social garantido reduce la compulsión de los individuos a aceptar trabajos poco atractivos como los de baja calificación en los servicios. Programas públicos de empleo permiten la absorción temporal de trabajadores desplazados por la tecnología en labores relacionadas con el funcionamiento de distintos servicios. Cambios en el sistema impositivo pueden activar potenciales fuentes de trabajo. En general, el Estado puede dosificar e ir balanceando la cobertura y volumen de los recursos que transfiere a las categorías sociales más afectadas por las reformas económicas, dándole un tono más o menos progresivo a su acción y reflejando una mayor o menor voluntad de amortiguar los efectos concentradores de las mismas. La consideración de estos factores ayuda a comprender las diferencias en cuanto a los cambios en la distribución del ingreso y en el peso de las actividades informales que se observan entre países desarrollados con distintos regímenes de bienestar. Se debe señalar, sin embargo, que aun los estudios que subrayan las diferencias entre los regímenes, reconocen que, bajo las presiones derivadas tanto de la ampliación de las fronteras de competitividad como de cambios en las estructuras demográficas, se observan indicios de repliegue de la cobertura de seguridad social aún en los países que se distinguieron por sus avances en este campo. (Para el caso de Francia, ver White,1998; para Alemania, Friedrichs,1998; Bélgica, Kestellot,1998; Suecia, Borgegard, Anderson y Hjort,1998)

 

 

 

III: LA SEGMENTACIÓN EDUCATIVA

La creciente centralidad del conocimiento como instrumento para el avance de las naciones reafirma el papel que se asignó tradicionalmente a la educación como vía principal de movilidad y ámbito privilegiado para la integración social de las nuevas generaciones. Ese papel ha sido reiteradamente destacado en los pronunciamientos de las cumbres presidenciales de los últimos años, donde los máximos responsables de las políticas públicas han reconocido que la equidad en los primeros años de vida debe formar parte del núcleo valorativo de los modelos que orientan el desarrollo en América Latina, y que la concentración de los recursos de los sistemas educativos en los niños de hogares con bajos niveles socioculturales es uno de los medios más eficientes para quebrar los mecanismos de reproducción de la pobreza y de la segmentación social.

Resulta paradójico, sin embargo, que al mismo tiempo que se enuncian estos principios muchas sociedades de la región están sufriendo un proceso históricamente inédito de estratificación de los circuitos educativos/. Parece evidente que el sistema educativo mal puede estar habilitado para contribuir a levantar la hipoteca social de pobreza y desigualdad, y para contrapesar la creciente segmentación laboral, si la misma institución está segmentada. Ciertamente este es uno de los principales nudos del dilema social contemporáneo en muchos países latinoamericanos.

Para entender mejor la significación de la composición social de los lugares de enseñanza para la integración de las nuevas generaciones basta considerar el hecho que fuera de los períodos de conscripción obligatoria en las fuerzas armadas (en los escasos países donde esta obligación está vigente y su aplicación es efectivamente universal), son muy pocas las instituciones de paso obligado para los ciudadanos que brinden a personas de distinto origen social la oportunidad de interactuar por tiempo prolongado sobre bases distintas al contrato de trabajo o al intercambio comercial de bienes y servicios. Sin duda, el sistema educativo es el principal -y muchas veces el único- ámbito institucional que tiene la potencialidad de actuar como un "melting pot" integrador, dependiendo de su capacidad para generar contextos en los que niños y adolescentes pobres tengan la posibilidad de mantener una relación cotidiana y desarrollar códigos comunes y vínculos de solidaridad y afecto bajo condiciones de igualdad, con sus pares de otros estratos.

Si los ricos van a colegios de ricos, si la clase media va a colegios de clase media y los pobres a colegios de pobres, parece claro que el sistema educativo poco puede hacer para promover la integración social y evitar la marginalidad, pese a sus esfuerzos por mejorar las oportunidades educativas de los que tienen menos recursos. Por ello es importante destacar no sólo la contribución a la equidad que hace el sistema educativo a través de una mayor igualdad en las oportunidades de acceso, sino también su contribución a la integración de la sociedad creando las condiciones que faciliten la interacción entre desiguales en condiciones de igualdad.

Avanzando ahora sobre la síntesis presentada en el Diagrama I, se puede afirmar que el sistema educativo puede hacer una importante contribución a la equidad en la distribución de activos en capital social, facilitando la construcción de redes de estudiantes de composición social heterogénea. Para los estudiantes pobres, esas redes son reservorios de reciprocidades, confianzas y lealtades que pueden ser activadas en el momento de su incorporación al mercado de trabajo, movilizando los "créditos" acumulados con sus pares más influyentes a lo largo de una historia común y el conocimiento directo que éstos tienen de sus méritos. Creer que únicamente los méritos van a ayudar a la movilidad social es una ficción que sólo se cumple en situaciones extraordinarias. Son los contactos sociales los que potencian el aprovechamiento del capital humano y, en la medida que generan una razonable certidumbre con respecto al logro de empleos adecuados, también alimentan la motivación para seguir invirtiendo en el desarrollo de ese capital.

De manera similar, y habida cuenta del impacto que suele tener la deserción del sistema de educación pública de sectores de clases medias que tienen "voz", toda medida que impida el avance de la segmentación educativa hace, por un lado, un aporte indirecto al capital social colectivo de los estudiantes pobres al frenar o revertir el deterioro de la calidad de dicho sistema vis a vis el privado. Y por otro, ayuda al desarrollo temprano de sentimientos de ciudadanía entre los estudiantes pobres, los que se nutren de su participación, en condiciones de igualdad, en una comunidad educativa de la que forman parte sus pares de hogares mas aventajados, de la que emergen identidades compartidas y metas comunes, actitudes positivas de reconocimiento del otro como persona de derechos, así como sentimientos de obligación moral que se extienden a compañeros de distinto origen social, religioso, étnico o nacional. En otras palabras, la contribución de la experiencia estudiantil a la formación ciudadana será más rica allí donde sea mayor la semejanza entre la composición social de la comunidad escolar en cada establecimiento y la de la comunidad nacional. En cambio, a medida que aumenta la segmentación entre establecimientos educativos, también aumenta la probabilidad que los miembros de un estrato social sólo se encuentren en una relación cara a cara con miembros de otros estratos sociales en el mercado de trabajo, donde las relaciones ya estarán enmarcados en los patrones jerárquicos propios de la organización del mundo laboral.

 

 

IV. LA SEGREGACIÓN RESIDENCIAL

La segregación residencial refiere al proceso por el cual la población de las ciudades se va localizando en espacios de composición social homogénea. Entre los factores más importantes que se invocan como antecedentes de estos procesos se mencionan el nivel de urbanización y la urbanización de la pobreza, el nivel de concentración en la distribución del ingreso, las características de la estructura de distancias sociales propias de cada sociedad y la homogeneidad/heterogeneidad en la composición étnica, religiosa o por origen nacional de la población de las ciudades.

Numerosos analistas de la situación en los Estados Unidos, pero también en grandes centros urbanos europeos, han llamado la atención sobre la concentración de los pobres en barrios específicos de las ciudades. En éstos se produciría una densidad de privación material sin precedentes, cuyo carácter dramático es agudizado por la igualmente inédita concentración espacial de hogares afluentes. A juicio de estos analistas, tanto por el peso relativo de la población afectada como por la gravedad de las consecuencias sobre sus oportunidades de integración a la sociedad y sobre la salud del tejido social, las formas de segregación residencial que afectan a los pobres urbanos demandan una atención preferencial de los responsables de las políticas sociales (Massey, 1996; Wilson 1987, 1993).

Aun cuando aluden a una gama claramente insuficiente de factores determinantes, los intentos de dar cuenta de la segregación residencial básicamente en términos de la urbanización de la pobreza y el aumento de la densidad urbana (Massey,1996), resultan útiles para subrayar la importancia y la singularidad histórica de la concentración de los pobres en las ciudades como condición necesaria para la activación de los mecanismos que conducirían a su aislamiento social. Una contribución adicional es la de proveer una explicación sencilla a la formación de subculturas que se apartan del "mainstream " de la sociedad. De acuerdo a la teoría de Fisher (1975) la subcultura sería un emergente natural de la concentración espacial de categorías de población que comparten características similares. El simple hecho de la mayor accesibilidad intragrupal favorecería la formación de patrones normativos que reflejan esos rasgos comunes.

i. Una tipología de barrios populares urbanos

Ahora bien, se puede argumentar que los estratos populares de las grandes ciudades siempre se han aglutinado en vecindarios que se diferenciaban del resto por el nivel socioeconómico medio de sus habitantes, así como por una constelación de rasgos singulares de los patrones de interacción dentro del vecindario y con el resto de la ciudad, constelación que, abusando ciertamente del término en muchos casos, podría estar indicando la presencia de una subcultura. Si esto es así, qué es lo que hace que, a diferencia de otras experiencias de concentración espacial de estratos populares urbanos, el tema del aislamiento social se plantee actualmente como una característica central de las nuevas experiencias de segregación residencial de los pobres urbanos?

Al sólo efecto de facilitar la búsqueda de respuestas a este interrogante, el Diagrama II presenta una tipología de barrios populares urbanos gruesamente caracterizados. Los casilleros fueron ordenados según un hipotético grado de apertura a la movilidad individual o colectiva prevaleciente en el período histórico en el que se consolidan esos vecindarios. Como se infiere fácilmente de su lectura, el diagrama asume que el conocimiento de las transformaciones que sufren las estructuras de oportunidades más importantes para los trabajadores no calificados y semi-calificados, es un antecedente esencial para comprender las variedades de barrios pobres urbanos.

Pero antes de pasar al examen de cada uno de los casilleros del Diagrama II, debo cautelar al lector sobre sus limitaciones en al menos dos aspectos importantes. En primer lugar, el esquema nace de reflexiones acerca de la historia de las transformaciones urbanas en los países del Cono Sur. Como tal, es probable que sea útil para interpretar la realidad de la morfología social urbana en las grandes ciudades de otros países de la región con características similares a las que sirvieron de base para su construcción. En cambio, su aplicabilidad es dudosa en aquellas sociedades latinoamericanas marcadas por heterogeneidades culturales que se apoyan en fuertes clivajes étnicos. En esos casos, la legitimidad de las pretensiones de superioridad social de las clases medias y altas no parece abiertamente cuestionada y las distancias sociales muestran una solidez tal que no es afectada por las proximidades o por la interacción cotidiana entre personas de distintas clases (el ejemplo arquetípico sería el de las castas de la India). En esos países, el problema de la segmentación en los espacios de interacción que controlan los distintos órdenes institucionales resulta secundario ante el desafío central que enfrentan los pobres urbanos, esto es, el alcanzar los umbrales de acceso a la ciudadanía plena y legitimar sus pretensiones de integración a la sociedad en condiciones de igualdad.

Una segunda limitación es que el esquema tampoco considera a los vecindarios conformados mayoritaria o totalmente por minorías étnicas, religiosas, o por hogares que comparten un mismo origen territorial. La característica que distingue a esos vecindarios es la voluntariedad de la decisión de instalarse en ellos. Los motivos pueden ser diversos: para reestablecer redes, mantener costumbres, normas, valores e identidades culturales comunes; para defenderse de ataques de otros grupos sociales; para sentar las bases de emprendimientos empresariales para los cuales el capital social comunitario es un recurso muy valioso; para mejorar las condiciones para acciones de movilidad colectiva con objetivos de mejoramiento de la infraestructura común o aun con objetivos políticos de más largo plazo. Lo interesante en estos casos es señalar que la segregación residencial puede ser un recurso instrumental deliberadamente buscado (Boal, 1998, p.97) o una precondición para, o un resultado de, la formación de una comunidad (Castles, 1993)

 

 

DIAGRAMA II

TIPOLOGIA DE BARRIOS POPULARES URBANOS SEGÚN OPORTUNIDADES DE MOVILIDAD PREDOMINANTES DURANTE EL PROCESO DE SU FORMACION.

 

 

INDIVIDUAL

 

COLECTIVA

Favorable

Desfavorable

Favorable

 

(3)Barrios populares heterogéneos

 

(2)Barrios obreros tradicionales

Desfavorable

 

(1)Barrios de migrantes recientes

 

(4)Guetos urbanos

 

 

 

 

 

 

Barrios de migrantes recientes (1)

Con posterioridad a la segunda guerra mundial, el crecimiento de este tipo de vecindarios en muchas ciudades de la región estuvo estrechamente ligado al ritmo de las transferencias masivas de población de origen rural, la que en su mayoría se estableció en las periferias de los grandes centros urbanos.

Hay varios aspectos de su situación que los diferencian de la de los pobres en los actuales guetos urbanos de la región. En primer lugar, muchos de los migrantes eligieron voluntariamente residir en las riberas de las ciudades procurando la cercanía de familiares o conocidos de igual o similar origen migratorio. Segundo, la mayoría de estas personas fueron atraídas por las posibilidades de movilidad social que ofrecía la ciudad. La conquista de una ciudadanía urbana representaba, entre otras cosas, acceso a servicios de los que carecía en el campo y a prestaciones sociales inexistentes en el lugar de origen. Tercero, el momento histórico en que se produjeron las migraciones permitió que germinaran expectativas de progreso sostenido. En efecto, la ampliación del aparato del Estado - paralela a la expansión de los servicios públicos - y la activación económica que acompañó el proceso de sustitución de exportaciones en las dos décadas posteriores a la segunda guerra mundial, generaron una capacidad de absorción de empleo que alcanzó a los trabajadores no calificados. Además. comparando su situación presente con la de sus orígenes, muchos de los migrantes encontraron que sus esfuerzos estaban bien recompensados, lo que fue decantando un clima de optimismo y confianza en el progreso. Tanto para los propios actores como para la mayoría de los analistas de estos procesos, el pasaje por los cordones urbanos fue percibido básicamente como una etapa intermedia en el proceso de asimilación a las ciudades .

Barrios obreros tradicionales (2)

Esta categoría se refiere a vecindarios en los cuales una importante porción de los residentes está compuesta por personas que comparten experiencias de trabajo en los mismos establecimientos industriales, mineros, en firmas vinculadas al transporte, etc. Muchas ciudades en América Latina han experimentado la formación de barrios con esa configuración alrededor de astilleros, frigoríficos, establecimientos fabriles correspondientes a distintos sectores industriales, talleres de ferrocarriles, etc. La característica distintiva de estas instancias era una conciencia de clase relativamente robusta, donde la sociabilidad del vecindario tendía a reforzar el microcosmos social que surgía alrededor del trabajo

A esa robustez contribuían varios factores. En primer lugar, la estabilidad de la inserción en un mismo ámbito de trabajo y el tamaño de los establecimientos. Segundo, la vigencia de utopías portadoras de imágenes que resaltaban la importancia del papel del trabajador en la construcción de una nueva sociedad, más rica, más equitativa y más integrada. Tercero, la acumulación de conquistas laborales a través del esfuerzo colectivo y los avances paralelos en la adquisición de derechos ciudadanos. Cuarto, la importancia y fortaleza de las instituciones de los trabajadores y quinto, la esperanza en un progreso motorizado por la dinámica industrial. Bajo estas circunstancias, las actitudes y valores que emergían de la comunidad laboral tuvieron gran incidencia en la formación de los patrones que regulaban las relaciones entre los vecinos de barrios obreros. A su vez, la sociabilidad entre vecinos y la participación en las instituciones vecinales realimentaron esas actitudes y valores.

Barrios populares heterogéneos (3)

Este casillero incluye aquellos vecindarios que se constituyeron en contextos urbanos que favorecían la movilidad individual y colectiva. Este fenómeno tuvo vigencia sólo en algunas de las grandes ciudades de América Latina y su peso relativo estuvo en relación directa con la antigüedad y profundidad de los procesos de industrialización y urbanización. En ellos convivían obreros industriales estables, otros que habían alcanzado la independencia estableciendo talleres o pequeños comercios, trabajadores de servicios personales diversos, empleados de oficina, maestros, etc. que mantenían contactos informales cotidianos y donde uno y otro eran reconocidos fundamentalmente como buenos o malos vecinos, como personas decentes o no decentes y donde importaban poco otras distinciones que tenían que ver con el status socioeconómico de cada hogar. Aunque muchos de éstos bordeaban las fronteras de la pobreza, el conjunto presentaba suficiente capacidad de consumo como para estimular el establecimiento - y la residencia en el barrio- de múltiples microempresas que proveían una amplia gama de servicios (comercios de todo tipo, peluquerías, cines, bares, talleres de reparación, etc.)

 

 

Guetos urbanos (4)

La celda 4 es principalmente el producto de procesos de segregación residencial que en América latina operan fundamentalmente a partir de los ochenta, en un contexto que muestra importantes diferencias con aquellos que caracterizaron la constitución de barrios conformados por los nuevos (migrantes internos) y viejos obreros de las ciudades. Lo que prima en ese contexto son experiencias de desindustrialización y de achicamiento del Estado -dos de las fuentes más importantes de empleo urbano no precario-, de acelerado estrechamiento de las oportunidades laborales para trabajadores no calificados o semicalificados, y de una rápida elevación de los umbrales de calificación requeridos para la incorporación al mercado. En vez de la atracción de la ciudad, opera la expulsión hacia la periferia. En vez de estímulos por nuevas oportunidades de trabajo, crece la proporción de la población activa con pocas esperanzas de inserción estable en la estructura productiva. A diferencia de los migrantes rurales que contrastaban favorablemente su situación presente con la que habían dejado, muchos de los actuales pobres urbanos ya han incorporado expectativas de ciudadanía plena en lo que hace a derechos sociales, civiles y políticos, incluyendo aspiraciones legítimas de participación en los estilos de vida predominantes en la ciudad. En vez de expectativas de movilidad ascendente, prima entonces el reconocimiento de una movilidad descendente inevitable o de la imposibilidad de mejoramiento. Los efectos negativos de todos estos procesos sobre el bienestar de los pobres urbanos y sus posibilidades de integración social son agudizados por la combinación perversa de dos fenómenos: mientras que el eje de la formación de identidades se desplaza del mundo del trabajo al mundo del consumo, se amplia la brecha entre la participación material y la participación simbólica de estos estratos.

La concentración espacial históricamente inédita de personas con aspiraciones propias de la vida urbana, con graves privaciones materiales y escasas esperanzas de alcanzar logros significativos a través del empleo, genera fuertes sentimientos de deprivación relativa. Bajo estas circunstancias, los nuevos guetos urbanos favorecen la germinación de los elementos más disruptivos de la pobreza. Los hogares que cuentan con recursos para alejarse de esos vecindarios lo hacen, lo que va dejando en el lugar una población residual, crecientemente precarizada y crecientemente distanciada de las personas que reúnen los rasgos mínimos para tener éxito en la sociedad contemporánea.

La concentración espacial de personas que comparten estas características refuerza la precariedad del grupo por varias vías. En primer lugar, la interacción con los vecinos está limitada a personas cuyas habilidades, hábitos y estilos de vida no promueven resultados exitosos de acuerdo a los criterios predominantes en la sociedad . Segundo, las redes vecinales son ineficaces para la obtención de empleo o de información sobre empleo y oportunidades de capacitación. Tercero, la misma inestabilidad laboral genera dificultades para el mantenimiento de instituciones vecinales básicas y de niveles adecuados de organización y control social informal. Cuarto, los niños y jóvenes carecen de contactos con, y oportunidades de exposición a, modelos de rol exitosos dentro del "mainstream" de la sociedad. Por último, las situaciones de desempleo persistente aumentan la predisposición a explorar fuentes ilegítimas de ingreso. Aun cuando en lo abstracto la comunidad local rechace estos comportamientos, en los hechos, la experiencia compartida de las penurias que impone la sobrevivencia cotidiana en esas condiciones genera —a través de una mayor comprensión de sus causas- una mayor tolerancia a esas desviaciones. La sedimentación progresiva de estas respuestas adaptativas va alejando la normatividad y los códigos del vecindario de aquellos que predominan en el resto de la ciudad, acentuando de ese modo su aislamiento social

 

ii. Auges, decadencias y transformaciones.

Es muy probable que una mirada atenta a la composición social de los vecindarios pueda descubrir en todo momento la coexistencia de barrios cuya composición los acerca a uno u otro de los tipos señalados, conformando un escenario en el que se proyecta espacialmente la heterogeneidad de la pobreza. Lo que cambia es el peso relativo de cada una de estas categorías, por cuanto su crecimiento corresponde a distintas combinaciones de modalidades de desarrollo, niveles de urbanización y tipos de regímenes de bienestar. De hecho, cada vecindario cambia su composición con mayor o menor velocidad, pero de manera contínua, como resultado de hogares que se van y otros que llegan, de unidades económicas que desaparecen y nuevos emprendimientos que se establecen en la zona, de modo que, en cada período, la fotografía de cualquier barrio con cierta antigüedad revelaría residuos de distintas etapas de su conformación, huellas de distintas formar de ordenar y ocupar el territorio, de los tipos de familia que prevalecieron, de actividades económicas que ya no operan o que agonizan, así como de sucesivas configuraciones de estructuras sociales que dominaron y dieron el tono a la sociabilidad de su tiempo.

En suma, de la discusión anterior se desprenden al menos tres hipótesis de trabajo cuya puesta a prueba podría permitir avances interesantes en la comprensión de los procesos de segregación residencial y su vinculación con el aislamiento social. La primera plantea que la heterogeneidad de la pobreza se proyecta en el espacio urbano, lo que supondría una tendencia entre los hogares pobres a agruparse según calidades similares de sus portafolios de activos. La segunda, que subyace como supuesto a todo lo largo de la discusión anterior, afirma que el nuevo escenario económico y social crea condiciones que favorecen el crecimiento de vecindarios que se acercan al tipo "guetos urbanos", esto es, de vecindarios donde permanecen los que no tienen recursos para instalarse en otra parte, se van los que pueden, y se suman los que son expulsados de otras áreas de la ciudad. La tercera sostiene que los hogares de este último tipo de vecindario muestran los niveles de aislamiento social más alto, esto es, los vínculos más débiles con el mercado, con los distintos servicios del Estado y con los segmentos de población urbana que orientan su comportamiento por los patrones normativos y valorativos dominantes.

 

V. LAS SEGMENTACIONES Y EL AISLAMIENTO SOCIAL

Aun cuando la afirmación deba ponerse a prueba en cada caso específico, es altamente probable que, tal como se presenta en el Diagrama III, los tres tipos de segmentaciones recién examinados se potencien mutuamente en sus efectos sobre un progresivo aislamiento de los pobres urbanos. Así, el aumento de las disparidades en los ingresos y en las condiciones de trabajo que resulta del funcionamiento actual de la economía, tendería a manifestarse en segmentaciones en los servicios y polarizaciones en la distribución de las clases en el espacio urbano, mientras que las formaciones subculturales que suelen acompañar la consolidación de la segregación residencial de los pobres reforzarían a su vez los procesos de diferenciación de ingresos y de segmentación de los servicios. A medida que se profundizan las disparidades entre barrios socialmente homogéneos éstas se irían manifestando en diferenciales de calidad en cuanto a infraestructura de servicios, educación, salud, transporte, seguridad pública y espacios de esparcimiento y recreación, todo lo cual aumentaría el aislamiento social de los pobres urbanos y reduciría sus posibilidades de una inserción estable y no precaria en el mercado de trabajo.

Pese a esta hipotética interdependencia entre los grados de segmentación en uno y otro de los ámbitos potenciales de interacción antes discutidos, el examen separado de cada uno de ellos tiene al menos dos virtudes. La primera es justamente plantear estas supuestas interdependencias como hipótesis, incentivando de ese modo la identificación de los mecanismos que intervienen en la propagación de los efectos segmentadores de un ámbito a otro. La segunda es la de desplegar la batería de instrumentos que dispondría el Estado para enfrentar los problemas de integración de los pobres urbanos, planteando una gama de alternativas para el bloqueo de esos mecanismos de transmisión, de modo de reducir, frenar o revertir las segmentaciones en los restantes ámbitos.

En efecto, dependiendo del carácter de las matrices socioculturales nacionales y de las concepciones de ciudadanía que guían las acciones de los Estados, el aumento de la segmentación y de la precarización en el mercado laboral puede coexistir con políticas que amortiguan su impacto sobre los diferenciales de ingreso o que evitan la manifestación territorial de esas disparidades en términos de segregación residencial. El Estado también puede estimular o desestimular la universalidad en el uso de servicios básicos como el transporte, la seguridad pública, la salud y la educación, haciendo mayores o menores esfuerzos por mantener su calidad y dejando más o menos librado al juego de la oferta y la demanda la posibilidad de adquirir esos servicios en el mercado, opciones que tienen obvias implicaciones sobre la probabilidad de deserción de las clases medias y altas del ámbito público. Esta parece ser la postura asumida por alguno de los regímenes sociademócratas de bienestar- En el caso de Suecia, por ejemplo, algunos autores afirman que si bien la creciente polarización social y económica entre vecindarios que comienza a reflejarse desde inicios de los noventa debilitó los espacios de interacción entre las clases, sus efectos sobre el aislamiento social de los pobres parecen haber sido adecuadamente contrarrestados por un estado de bienestar que, aunque aquejado por problemas financieros, sigue manteniendo una cobertura generalizada de servicios que brindan protección y seguridad y que abarcan a todas las clases sociales. (Ver Borgegard, Andersson y Hjort, 1998).

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

DIAGRAMA III

EL AISLAMIENTO SOCIAL DE LOS POBRES

URBANOS Y LAS SEGMENTACIONES SOCIALES

 

 

 

 

 

 

 

 

Activos afectados

individual

colectivo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

VI. ALGUNOS MECANISMOS QUE RETROALIMENTAN EL AISLAMIENTO SOCIAL DE LOS POBRES

  1. La independencia creciente de los efectos de las subculturas marginales sobre el comportamiento de los pobres urbanos aislados
  2. Cualesquiera sean sus causas, una vez que se instalan concentraciones de pobres involuntariamente aislados del "mainstream" de la sociedad, se generan condiciones fértiles para la emergencia y perpetuación de subculturas marginales, en la medida que las reacciones que despiertan en el resto de la sociedad las conductas orientadas y reguladas por esas subculturas alimentan y profundizan el aislamiento social de los pobres urbanos.

    Los ejemplos de la operación de estos círculos viciosos de reproducción ampliada del aislamiento social son muchos y la mayoría de ellos se activa una vez que la opinión publica estigmatiza estos barrios como el espacio donde se congregan las "clases peligrosas". Basta mencionar tres de los más conocidos: i. Sus habitantes, especialmente los jóvenes, suelen ser víctimas de la llamada "discriminación estadística" por la cual, la sola consideración de su lugar de residencia es suficiente para que algunos empleadores rechacen sus postulaciones de trabajo; ii. Los hogares que pueden hacerlo, desertan a otros barrios, lo que priva al vecindario de posibles modelos de rol, de personas que tienen "voz" y que hubieran podido oficiar de transmisores de los patrones normativos de la sociedad global y de contactos e informaciones útiles para la obtención de empleos y/o el acceso a servicios y iii. Las personas evitan entrar a esos vecindarios, lo que hace que algunos nuevos residentes experimenten una reducción de la frecuencia de contactos con amistades y familiares que viven en otras áreas de la ciudad (ver al respecto Zaffaroni, C, capítulo II, en Kaztman 1999).

    Las subculturas marginales se conforman de una amplia gama de patrones actitudinales y normativos que van sedimentando alrededor del reconocimiento de las adversidades que comparte una población con graves carencias materiales y precarias condiciones de vida, de las barreras a la movilidad social y de la necesidad de encontrar bases comunes para construir o reconstituir autoestimas severamente dañadas por la experiencia de exclusión. Como comenté anteriormente, la falta de empleos formales y estables hace que el mundo del trabajo pierda, paulatina pero inexorablemente, su papel como referente central para la organización de la vida cotidiana, para la provisión de disciplinas y regularidades y para la articulación de expectativas y escalonamiento de metas, a la vez que el progresivo aislamiento tiende a hacer cada vez más difusas las señales (cuando las hay) que desde la sociedad global indican caminos accesibles a personas de baja calificación para alcanzar condiciones dignas de vida. Todo ello va aumentando la permeabilidad de los pobres urbanos aislados a propuestas normativas alternativas que surgen en el entorno inmediato, algunas de las cuales incorporan orientaciones que no rechazan transitar por caminos ilegales para alcanzar las esquivas metas de consumo, mientras que el aislamiento social inhibe la eficacia de eventuales iniciativas que podrían contrarrestar esas predisposiciones invocando las normas y valores modales de la sociedad.

    Profundizando un poco más en las consecuencias de estos procesos se puede argumentar que el aislamiento contribuye al agotamiento del portafolio de activos de los pobres en la medida que afecta su capacidad de acumulación de capital social. Hay por lo menos tres razones para ello. En primer lugar, el aislamiento reduce las oportunidades de movilizar en beneficio propio la voluntad de personas que están en condiciones de proveer trabajos o información y contactos sobre empleos, oportunidades de capacitación y sobre estrategias para un mejor aprovechamiento de servicios existentes, mientras que los recursos que circulan por las redes internas a los vecindarios segregados tienden a ser redundantes y poco efectivos. En segundo lugar, se reduce la exposición a modelos de rol, esto es, a individuos que, por haber alcanzado buenos niveles de vida a través de su dedicación, talento y/o disciplina pueden constituir ejemplos exitosos de asociación entre esfuerzos y logros, debilitando de ese modo, el atractivo de los canales legítimos de movilidad social como vías para satisfacer las aspiraciones de consumo de los pobres. En tercer lugar, se restringen las ocasiones que permiten compartir con otras clases el tipo de experiencias cotidianas que alimentan y preservan la creencia en un destino colectivo común, y sobre las que descansan los sentimientos de ciudadanía. La idea de ser portador de los mismos derechos y de gozar de los beneficios del principio universal de igualdad y libertad para la vida social puede ser vista como una ficción cuando el distanciamiento del "mainstream" de la sociedad se vive todos los días.

    Las subculturas marginales entre los pobres urbanos deben ser vistas entonces como algo distinto de lo que Lewis ha llamado "la cultura de la pobreza", cuyo contenido se podría sintetizar en términos de un legado de valores y normas cuyo conocimiento ayuda a comprender la permanencia de la pobreza. Más bien, el acento en este caso está puesto en las subculturas marginales como reacción a condicionantes estructurales que provienen del funcionamiento del mercado, del Estado y de la sociedad, esto es, como uno de los resultados de la progresiva sedimentación de respuestas adaptativas a un cúmulo de factores negativos que confluyen en un medio precario y segregado.

    Desde el punto de vista de aquellos preocupados por la construcción de salidas a estas situaciones, el interrogante más importante se plantea en torno a la capacidad de dichas subculturas para seguir influenciando el comportamiento de los jóvenes una vez desaparecidas las principales causas que la originaron. Esto es, en que medida un incremento significativo en el tiraje de la chimenea económica permitirá incorporar al mercado a jóvenes con muy baja calificación y que en la actualidad se encuentran encapsulados dentro de una subcultura que descree de la asociación entre esfuerzos y logros a través del trabajo.

    William J. Wilson es optimista con respecto a esta situación en Estados Unidos, y sostiene que un cambio en las oportunidades laborales podría anular el efecto del medio social inmediato. Sin embargo, no se debe subestimar la hipoteca que representan las cadenas estructurales que transmiten los efectos de una generación a la siguiente y que parecerían ir reduciendo el portafolio de activos con que los pobres en barrios segregados podrían enfrentar el desafío de aprovechar eventuales nuevas oportunidades ocupacionales.

    En una revisión exhaustiva de la literatura estadounidense sobre los efectos de los vecindarios sobre una serie de comportamientos considerados de riesgo, Christopher Jencks y Susan Mayer encontraron abundante evidencia sobre las consecuencias de contextos barriales segregados y homogéneamente pobres sobre el rendimiento educativo, conductas adictivas y delictuales así como sobre la maternidad adolescente (Jencks y Mayer, 1989). En un estudio realizado recientemente en Montevideo, el autor puso a prueba el efecto de la composición social del vecindario sobre el rendimiento educativo, la maternidad adolescente y también sobre el éxito de los jóvenes en el mercado de trabajo medido por sus ingresos horarios. Los resultados tienden a corroborar la importancia del grado de homogeneidad en la composición social del vecindario como factor determinante de la emergencia de comportamientos de riesgo y de logros en el mundo del trabajo. El componente de riesgo de los comportamientos analizados radica justamente en su capacidad para operar como barreras para la acumulación de los activos que son requeridos para aprovechar las oportunidades que se presentan en el mercado, en la sociedad y en el Estado.(Kaztman, 1999)

     

  3. La deserción de las clases medias globalizadas de los espacios públicos.

Las sociedades pueden distinguirse según el tipo de reglas distributivas cristalizadas en sus estructuras básicas (mercado, régimen de propiedad, Estado, etc). Esas reglas, que determinan profundamente las condiciones de vida de la población, se traducen en actitudes individuales de mayor o menor tolerancia a la desigualdad. Tanto esas formas institucionales como sus correlatos en contenidos mentales constituyen elementos nodales de la matriz sociocultural que caracteriza a cada sociedad.

La noción de tolerancia a la desigualdad ayuda a comprender la estabilidad de algunos indicadores de equidad o inequidad. Se trata de estructuras subterráneas que, ante incrementos en los indicadores de desigualdad que sobrepasan lo tolerable, se activan para impulsar acciones que restablezcan el equilibrio. Estas acciones solidarias pueden comprender desde apoyos electorales a iniciativas dirigidas a proteger a los más débiles y mantener la calidad de los servicios de cobertura universal, hasta la disposición a pagar impuestos para apuntalar medidas redistributivas.

La aversión a la desigualdad descansa en la capacidad de empatía de los más aventajados con respecto a los que tienen menos y en sentimientos de obligación moral hacia ellos. Estos contenidos mentales pierden vigencia si no se renuevan periódicamente a través de contactos informales entre personas de distinta condición socioeconómica. Los sentimientos serán más fuertes cuanto más intensa y más frecuente la interacción. El espacio de estos encuentros es el ámbito público (el transporte, las plazas, las escuelas y hospitales, las canchas de fútbol, los bares, las playas, los espectáculos masivos, las calles, etc.). Tanto la segregación residencial como la segmentación en los servicios reducen esos espacios, debilitando de esa manera la base estructural que sustenta la capacidad de empatía y los sentimientos de obligación moral, lo que, a su vez, afecta los niveles de intolerancia a la desigualdad y resta efectividad a los mecanismos homeostáticos.

Niveles altos de intolerancia a la desigualdad también operan como mecanismos de autocontrol en el consumo de las clases medias y altas, especialmente de aquellos consumos que establecen distancias irritantes y fácilmente visibles con las otras clases. Esos controles entran en conflicto con las expectativas que genera la exposición —inevitable en los procesos de globalización- a los estilos de vida de sus pares en los países desarrollados. En la medida que los recursos requeridos para satisfacer las nuevas aspiraciones de consumo compiten con aquellos que exige la satisfacción de las demandas de los pobres, el distanciamiento entre los patrones de consumo de las clases se acompañará de una pérdida del interés de las clases afluentes por la situación y el destino de las más desventajadas.

Los mecanismos de solidaridad social suelen resistir el aislamiento de un pequeño sector de la sociedad que, por sus niveles de riqueza, siempre han recurrido a alternativas privadas de provisión de servicios. En cambio, las rupturas en el tejido social comenzarán a hacerse visibles allí donde una masa importante de las clases medias deserte de los servicios públicos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

VII. CONSIDERACIONES FINALES

 

  1. "Seducidos y abandonados", la metáfora en el título de este documento, busca destacar una de las peculiaridades en la composición de la actual pobreza urbana en muchos países de la región: la creciente proporción de hogares que habiendo incorporado expectativas en cuanto a la conquista de una ciudadanía plena a través del trabajo, y desarrollado aspiraciones de consumo propias de la sociedad de su tiempo, ven progresivamente debilitados sus vínculos con las fuentes de los recursos que hacen posible la obtención de esas metas. Han sido seducidos por una sociedad moderna en la que sólo pueden participar simbólicamente, no pudiendo superar por sus propios medios los obstáculos para alcanzar una participación material equivalente.
  2. El enfoque con que se plantea el examen de la naturaleza y determinantes de estos fenómenos puede ser llamado "estructural", y se diferencia de otros modos de analizar la pobreza urbana por su énfasis en la localización de estas categorías en la estructura social de las ciudades, esto es, en la existencia y calidad de los vínculos que establecen con las estructuras de oportunidades que controlan el Estado, el mercado y otros órdenes institucionales de la sociedad. Desde esta óptica importa conocer el funcionamiento de los ámbitos de interacción que pueden funcionar como fuentes de activos que se requieren para la integración social en cada etapa histórica, de las relaciones que se establecen entre esos ámbitos, pero también del comportamiento de otros actores sociales y, en particular, de las lógicas que subyacen las decisiones de las clases medias en cuanto a promover o desertar (la "voz" y la "salida" de Hirschman) los servicios y espacios públicos.
  3. He puesto particular énfasis en la discusión de los problemas de segregación residencial, en parte por entender que es una dimensión que ha sido descuidada en la agenda social y en parte por considerar que los vecindarios con una alta densidad de hogares con privaciones materiales y aspiraciones frustradas son campos fértiles para el surgimiento de comportamientos de riesgo y subculturas marginales, cuya cristalización agrega obstáculos —muchas veces difícilmente superables o que implican un enorme costo para toda la sociedad- para la acumulación de activos y refuerza, de ese modo, las tendencias al aislamiento social de los pobres urbanos.
  4. Dado el estado embrionario del enfoque, las principales sugerencias en esta etapa son para la academia. Esto es, a partir del reconocimiento que el estudio de los problemas de segregación residencial y de la segmentación en los servicios constituyen vías promisorias para avanzar en la comprensión de las barreras a la equidad social, se pueden señalar una serie de áreas que requieren mas reflexión así como la necesidad de poner a prueba algunas de las hipótesis que han sido señaladas a lo largo del documento. Sin embargo, a partir de lo que se ha adelantado hasta ahora, es posible sugerir un conjunto de orientaciones generales para mejorar las políticas públicas dirigidas a atacar las bases de la producción y reproducción de la pobreza urbana.
  5. En primer lugar, se puede afirmar que cualquiera sea la forma que adquiera la segregación residencial en las ciudades, sus consecuencias sobre el aislamiento de los pobres urbanos parecen ser lo suficientemente importantes como para que los responsables de las políticas de ordenamiento territorial no dejen librado el proceso a fuerzas del mercado orientadas esencialmente por una lógica inmobiliaria, en cuyo caso las desigualdades de ingresos en las ciudades tenderán a fragmentar el espacio urbano en vecindarios que concentran clases homogéneas y, a su vez, la polarización espacial de las clases actuará como un cemento de las desigualdades impidiendo un posterior repliegue hacia situaciones más equitativas.
  6. A este respecto, y a los efectos de identificar las mejores prácticas, resulta conveniente un examen pormenorizado de las acciones llevadas a cabo en países que han dado prioridad a estos problemas en su agenda social, especialmente en aquellos regímenes de bienestar socialdemócratas que se han caracterizado por la eficacia de sus políticas de integración social. En el caso de Suecia, por ejemplo, aun cuando se advierte un aumento de los índices de concentración del ingreso, sus efectos sobre la segregación residencial son morigerados por políticas del gobierno tendientes a mezclar tipos diferentes de hogares en edificios integrados. Consecuencias similares tienen las iniciativas de igualar los alquileres de las casas del mismo nivel pero ubicadas en vecindarios diferentes (Borgegard, Anderson y Hort,1998). En general, las políticas de desmercantilización de las viviendas a través del control de subsidios a los alquileres, o del facilitamiento del acceso a la propiedad por parte de los sectores de menores recursos, así como las iniciativas dirigidas a una mayor integración habitacional, pueden legítimamente ser consideradas como parte integral de las políticas de bienestar (Murie, 1998). Debe tenerse presente que el Estado también puede también replegarse en esta área o, como en los casos de Chile o Sudáfrica, implementar políticas deliberadamente diseñadas para promover la segregación residencial (Christopher, 1998; Portes, 1989).
  7. Las presiones por reducir el déficit fiscal y equilibrar las finanzas públicas, asociadas a la ampliación de las fronteras de la competitividad, también constriñen las alternativas abiertas al Estado para frenar o revertir los procesos de segregación residencial. La búsqueda de un equilibrio financiero y el consecuente apremio por maximizar el uso de los recursos públicos inclina al Estado a concentrar sus esfuerzos de construcción de viviendas populares en terrenos urbanos o peri urbanos de bajo valor, o a legalizar la ocupación de tierras en las que los pobres, en búsqueda de soluciones propias a los problemas de vivienda, establecen asentamientos presionando posteriormente por su regularización.
  8. La lentitud con que se va procesando el decaimiento de los espacios pluriclasistas de sociabilidad informal en las ciudades hace que sus consecuencias sobre la integración social pasen muchas veces inadvertidas para las mayorías ciudadanas. Por ende, sus efectos son usualmente subestimados como factor de integración, como fuentes de renovación de las reservas de altruismo, solidaridad y de actitudes de aversión a la desigualdad. Al respecto, como dice Caldeira (1996), al igual que la noción de ciudadanía, la idea de una ciudad abierta a todos , aun nunca ocurre en toda su extensión, opera como un ideal legitimador de las demandas por incorporación de grupos excluidos.
  9. Por otro lado, el objetivo de fortalecer la integración social en las ciudades a través de la promoción de los espacios públicos pluriclasistas puede parecer alejado de las posibilidades de las políticas estatales, en parte porque los recursos para ello suelen competir con los requeridos por otras prioridades en la agenda social de alivio a la pobreza. Ciertamente esa percepción se ajusta a la realidad de muchas de las grandes ciudades de la región donde la segregación residencial, la segmentación de los servicios y la deserción de las clases medias de los lugares públicos de sociabilidad informal pluriclasista están tan avanzados que las posibilidades de frenar o revertirlos a corto o mediano plazo pueden parecer carentes de realismo. Pero estas circunstancias no deberían disuadir la acción sino estimularla, puesto que la alternativa es una progresiva agudización de la exclusión con imprevisibles consecuencias para el orden social y la convivencia civilizada. De hecho, esas consecuencias irrumpen tarde o temprano, a veces en forma violenta, anómica e inesperada, a través de los correlatos socialmente disruptivos de una pobreza marginada por la concentración de privaciones y por su progresivo aislamiento de las pautas modales de la sociedad. La respuesta de las clases medias es apartarse de los lugares y servicios públicos ocupados por las "clases peligrosas" cuyos comportamientos, cultivados en el aislamiento y la precariedad generalizada, aparecen a las otras clases como exóticos y desviados. La deserción de las clases medias no hace más que acentuar el decaimiento de los espacios públicos, estrechando de ese modo el campo de experiencias que estimulan la capacidad de empatía con los sectores menos favorecidos y los sentimientos de obligación moral hacia ellos, y elevando, por ende, el umbral de tolerancia a la desigualdad. La experiencia acumulada sobre las consecuencias del descuido de estos problemas en las grandes ciudades puede resultar particularmente útil para el diseño de medidas preventivas en las ciudades de tamaño intermedio.
  10. Tal como se señala en el texto, las políticas de utilización de los lugares públicos, las de prevención de la segmentación en los servicios básicos como las acciones que tienen que ver con el ordenamiento urbano marcan las multiplicidad de caminos a través de los cuales es posible promover la sociabilidad pluriclasista y contrarrestar las poderosas tendencias a la privacidad y al aislamiento entre las clases. En muchos de esos ámbitos, mas que políticas específicas, lo que se requiere es la incorporación de un matiz que debe estar siempre presente en cada uno de los programas sectoriales, por el cual se da preferencia a todas aquellas iniciativas que conduzcan a una mayor frecuencia y calidad en la interacción entre desiguales.
  11. Hay un gran número de experiencias exitosas que pueden constituir una base de información muy valiosa para los países que se dispongan a enfrentar estos problemas. Son muchas las iniciativas de integración social en las ciudades de América del Norte y Europa que, o bien como acciones específicamente diseñadas a ese fin o bien como matices presentes en la elaboración de políticas sectoriales, afectan las medidas de ordenamiento urbano, la selección de beneficiarios de conjuntos habitacionales subsidiados, la defensa de la calidad de los servicios públicos y la promoción de espacios que estimulan los contactos informales entre las clases. Su examen minucioso permitirá seleccionar aquellas que mejor se ajustan a los recursos y a las singulares características de cada sociedad.

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