Fundación Histórica Tavera: Guía preliminar de fuentes documentales etnográficas para el estudio de los pueblos indígenas de Iberoamérica


Introducción México


Por Ricardo Avila Palafox Rosa H. Yáñez Rosales


(Los autores agradecen a Aida Moreno Martínez, Agustín Hernández Ceja, José Carrillo Becerra,Jesús Gómez Fregoso, Luis Medina Asencio y Glafira Magaña Perales, quienes en diferentesmomentos de la elaboración de este trabajo, nos ofrecieron su invaluable colaboración para realizarlo).



La búsqueda de información histórica en archivos y bibliotecas tiene una lejana similitud con la investigación científica: se busca una cosa precisa pero casi siempre se encuentra otra. Cuando el estudioso o el investigador -y aun el curioso- se aventuran a incursionar los fondos de una biblioteca, buscando libros de un tema más o menos conocido, lo más probable es que encuentre muchos títulos, pero diferentes a los buscados; pocas veces se encuentra inmediatamente lo deseado; en ocasiones nunca. Algo similar pero muy acrecentado sucede con los archivos, especialmente los que guardan documentos históricos. En efecto, las bibliotecas, pero sobre todo los archivos, son espacios plenos de sorpresas, de asombro.

Los archivos mexicanos, sobre todo aquéllos reconocidos por sus acervos históricos, son una veta de información incalculable que apenas se esboza en las siguientes páginas. Son muchos los registros que guardan información sobre el pasado mexicano, aunque son poco conocidos sus detalles; menos se sabe de su verdadero contenido en cuanto a información de interés etnográfico. Sin embargo, gracias a la iniciativa de la Fundación MAPFRE-AMÉRICA, un grupo valioso de estudiosos e investigadores se lanzan a la titánica tarea -necesaria e importantísima- de rescatar y comenzar a conocer el pasado etnográfico de América Latina. A continuación presentamos el primer reporte sobre el contenido de los archivos mexicanos, sobre todo de índole etnográfico.


1. PANORAMA HISTÓRICO


Un camino para asir el pasado

Los archivos son un bien cultural de la humanidad. Constituyen un capital enorme, invaluable e incalculable. Estudiarlos no sólo enfrenta problemas de orden técnico -como los que señalaremos más adelante, para el caso mexicano-, sino también problemas de tipo conceptual, es decir, el estudioso no sólo tiene que acceder literalmente a los documentos deseados, sino que tiene que construir instrumentos conceptuales que le permitan asir el pasado para comprenderlo y ayudar a construir mejor el futuro. Una historia regresiva de los archivos es una posibilidad que no se debe despreciar, pues a través de ella se podría entender mejor la elaboración de los documentos más antiguos -los primeros- para interpretar mejor los posteriores. Y aunque no se trata aquí de elaborar la historia de los archivos mexicanos, la posibilidad de trabajarlos por medio del método regresivo, permitiría comprender mejor su trayectoria en el tiempo y, sobre todo, aprovechar mejor la información histórica que contienen.


La complejidad histórica del México prehispánico

Reportar cuatrocientos años de historia indígena mexicana resulta un problema vasto y probablemente inagotable. No sólo se trata de manejar una cantidad incalculable de documentos, sino, específicamente, encontrar papeles precisos -cuya mayoría tendrá que ser comprendida más allá de su propia textualidad- que contengan información sobre los muy diversos grupos indígenas que habitaron el actual territorio mexicano. En principio, la mayor parte de los documentos contenidos en los acervos de la República Mexicana fueron escritos por individuos que pertenecían a otra cultura, la europea, y que, en la medida en que se transculturaron, formularon nuevas ideas y nociones para captar y reseñar la realidad que vivían y que reconstruían.

Las limitaciones del diálogo cultural entre europeos y americanos fueron enormes al inicio. Sin embargo, con el paso del tiempo y el incremento de las transferencias culturales, nació y desarrolló una nueva cultura -híbrida-, que participó e interpretó y reportó, de manera "sui generis" la vida de las culturas indígenas mexicanas. Por supuesto, hoy en día este "traslape" cultural nos aleja aún más de lo que pudo haber sido el estado "prístino" de las culturas nativas antes de la llegada de los españoles, y aún después de ella. Hay que leer entre líneas y con sumo cuidado los documentos que se encuentren en los archivos, es la única forma de alejar, hasta donde sea posible, la lente cultural a través de la cual los europeos primero, y luego los mexicanos, interpretaron a las sociedades indígenas mexicanas.

Comprender la densa y compleja historia mexicana a través de sus acervos documentales, implica tener una mediana idea de su geografía, sus recursos naturales y sus hombres.

Reproducido en un mapa, a México se le puede analogar con un cuerno de la abundancia que apunta hacia el sureste. Se trata de una especie de embudo que en su parte ancha cuenta con planicies, estepas, desiertos y cadenas montañosas, mientras que angosta e incursiona en el área tropical, condensa enormes recursos naturales y un clima cálido y húmedo, donde todavía hoy se encuentra -aunque muy diezmada- una de las más importantes y ricas diversidades biológicas que existen en el planeta.

Este "embudo" mexicano recibió durante miles de años las sucesivas oleadas migratorias de grupos humanos que llegaban del norte, provenientes de Asia. Aquellos hombres, en la medida en que se internaban más y más hacia el sureste, acrecentaban su integración a un medio ambiente bondadoso, con profusos recursos naturales, lo que propició el nacimiento y desarrollo de las esplendorosas sociedades indígenas del México antiguo. Aunque a la presencia del hombre en México se le concede una antigüedad de 30.000 años (el Cedral, San Luis Potosí), la revolución neolítica, con las primeras plantas domésticas, la sedenterización y la primera producción alfarera, aparecieron en la costa sur del Pacífico mexicano entre 5 000 y 2 500 años a.C. Más tarde, hacia el año 1 000 a.C., surgieron los primeros indicadores que reportan diferencias sociales en las comunidades humanas, asociadas a funciones especiales; tal es el caso del llamado fenómeno olmeca en la costa del Golfo de México. Alrededor del año 900 a.C., hacen su aparición las primeras obras de irrigación en Teopantecuanitlan, Guerrero. Seiscientos años después, hay indicios de la aparición de la agricultura intensiva en el área maya de Belice (NALDA, Enrique. "Consideraciones sobre la periodización del México Antiguo", en, AVILA PALAFOX, Ricardo. y PÄEZ, Rubén. (Coordinadores). Anuario del Laboratorio de Antropología, 1989, Guadalajara, Editorial de la Universidad de Guadalajara, 1991, pp. 77-96).

A partir de este momento, 600 años a.C, se puede hablar, sin ambages, de la consolidación de las sociedades estratificadas y los señoríos, sustentados en el tributo, lo que, con el tiempo, permitió la aparición de los grandes estados teocrático-militares, característicos del área cultural llamada Mesoamérica (Para una comprensión del fenómeno cultural llamado Mesoamérica, véase el ya clásico texto de Paul Kirchboff, "Mesoamérica: sus límites geográficos, composición étnica y características culturales", en, Tlatoani (suplemento). México, Sociedad de Alumnos de la Escuela Nacional de Antropología e Historia, Nº 3, 1960). En este período, que se prolonga hasta la llegada de los europeos, se pueden mencionar -entre otros, y en orden más o menos cronológico- los sitios arqueológicos de Cuicuilco, Tikal, Uaxactún, Ozibichaltún, Teotihuacan, Monte Albán, Xochicalco, Chichén Itzá, Tajín, Cacaxtla, Cholula, Teotenango, Tula y, por supuesto, Tenochtitlan; ellos constituían algunos de los núcleos culturales mesoamericanos.

Expuesto lo anterior tan sucintamente quizá no diga mucho, pero se trata de más de 5 000 años de historia, que dieron como resultado la consolidación de una de las áreas culturales más importantes del globo, donde florecieron altas civilizaciones como la Olmeca de la Costa del Golfo, la Maya del Sureste del país, las culturas de Oaxaca, las del Altiplano Central y aun las llamadas culturas del Occidente mexicano (De la vasta literatura que se ha producido sobre el desarrollo cultural prehispánico de México, podemos sugerir dos textos panorámicos: KRICKEBERG, Walter. Las antiguas culturas mexicanas (6a. reimpresión), Fondo de Cultura Económica, México 1985. DAVIES, Nigel. Los antiguos reinos de México, Fondo de Cultura Económica, México 1988) .

En estas distintas regiones geográficas mesoamericanas, habitadas por muy diversos grupos étnicos, se hablaron muchos idiomas, pertenecientes a diferentes familias lingüísticas. A manera de pequeño ejemplo, podemos mencionar la existencia, aún presente, de los dialectos de la gran familia maya, como el tzeltal, tzotzil, quiché, lacandón, etc. En la Costa del Golfo todavía se habla huasteco, totonaco y chocho-popoloca. En el área de Oaxaca subsisten el mixteco, zapoteco, el mixe y muchos más. En el Altiplano Central se hablan, hoy en día, diversas variantes de náhuatl, así como el otomí, el mazateco, el matlatzinca y, en Michoacán, la lengua purépecha, que aparentemente no tiene parentesco con ninguna de las familias lingüísticas indígenas de México (Tomando en cuenta los diversos criterios para clasificar las lenguas indígenas, pueden reconocerse un mínimo de 60 y hasta 170, pertenecientes a unas 14 familias lingüísticas diferentes. Atlas Cultural de México Lingüística, SEP/INAH, Planeta, México 1988)..

Por lo demás, en esas regiones, ricas en diversidad biológica, cultural y lingüística, florecieron la escritura, complejos sistemas de conocimiento -incluidos los cálculos astronómicos y las matemáticas-, intrincadas religiones de tipo politeísta, un arte y arquitectura refinadísimos, y una estratificada y compleja organización social.

Al noroeste de Mesoamérica se extendía otra gran área cultural que se conoce como Aridoamérica. Esta se caracteriza por sus enormes planicies, sus grandes desiertos, sus dificultades ambientales y, en la época prehispánica, sus limitados recursos, correspondientes a las restringidas capacidades tecnológicas de entonces. En aquellos grandes espacios -limítrofes del gran suroeste norteamericano- tuvieron auge sociedades a la vez diferentes y emparentadas con las mesoamericanas, con un desarrollo cultural significativo, pero con una agricultura mucho menos intensiva, más bien errática. Los hombres de aquellas sociedades eran principalmente trashumantes, practicando caza y recolección como actividades centrales de su sobrevivencia. Su densidad poblacional fue menor y sus patrones de asentamiento más bien dispersos. Con todo, la organización social de esos grupos fue compleja y variada, como lo demuestran las cada vez más completas investigaciones arqueológicas y etnohistóricas.

Los grupos humanos asentados en Aridoamérica, practicaron lenguas y dialectos muy diversos, pero desafortunadamente la mayor parte de ellos han desaparecido. Sin embargo, en el noroeste mexicano todavía se habla yaqui y mayo, y aún se pueden rastrear algunos hablantes de pima o seri. La lengua rarámuri la siguen hablando los tarahumaras de la Sierra Madre Occidental. Al este de esa cadena montañosa se habló el paipai, el kiliwa, el cucapá, el cochimí, el kikapú y el tamaulipeco, entre otros. En el centro-norte de México se habló pame, chichimeca, zacateco, y aún hoy en día, se habla tepehuano, cora y huichol. Cabe mencionar que algunas de estas lenguas están emparentadas con otras tantas, ubicadas en Mesoamérica, lo que nos permite suponer que Aridoamérica fue, durante mucho tiempo, un espacio de transición -gran corredor cultural- entre las sociedades que se desarrollaron en las grandes planicies norteamericanas y las que se establecieron en el centro y sureste de México y, norte de Centroamérica.

En fin, en el territorio mexicano prehispánico, habitaban muy diversos grupos humanos, poseedores de un desarrollo y complejidad social extraordinarios. Su densidad histórica y cultural es claramente perceptible hoy en día; constituye una de las dos grandes raíces de la cultura mexicana contemporánea.


Nacimiento de los archivos mexicanos

Como en todas partes, el trayecto histórico de los archivos mexicanos tiene sus propios avatares y características.

Además de los códices que se conservan en diversos archivos y bibliotecas, los primeros documentos -papeles, en estricto sentido- que pueden considerarse históricos, son los producidos por los iniciales exploradores, conquistadores y evangelizadores, quienes, desde finales del siglo XV, interpretaron y transmitieron la realidad americana a Europa.

Debido a la concatenación de una serie de factores y vista a través de la lente del tiempo, la caída de México-Tenochtitlán -capital del imperio mexica y centro cultural principalísimo de Mesoamérica- fue una operación rápida y relativamente sencilla. El conquistador Hernán Cortés, al frente de un puñado de hombres, con algunos caballos y otras tantas piezas de artillería, desembarcó en tierras mexicanas en la primavera de 1519, y dos años después, en el verano de 1521, ya era el primer hombre fuerte de México. Pero si la caída y toma de la capital mexica fue rápida y poco costosa, al menos desde el punto de vista español Äla conquistaÄ pacificación, colonización y control político efectivo del vasto territorio novohispan, fue una empresa que se prolongó, de hecho, hasta la segunda década del siglo XX, cuando concluyó la guerra de "pacificación" que el gobierno central mexicano había entablado años antes contra los indios yaquis, del noroeste del país.

La dominación española implicó la puesta en funcionamiento de un complicado aparato burocrático, que durante trescientos años generó una cantidad incalculable de documentos. Las estructuras político-administrativas coloniales estaban organizadas de manera vertical, a partir de la figura del monarca, seguida por el Consejo de Indias, en España. En Nueva España -México-, la máxima autoridad recaía en el virrey, quien a su vez se apoyaba en cinco instancias gubernamentales: los gobiernos provinciales (de Nueva España, Nueva Galicia, Nueva Vizcaya, Nuevo Reino de León, etc.); la administración de justicia, representada por los presidentes de las audiencias (México y Guadalajara); el poder militar (capitanías generales, etc.); la real hacienda (supervisores, oficiales reales y otros); y el poder eclesiástico, con su vicepatrono, su arquidiócesis, las diócesis sufragáneas (Linares, Valladolid, Mérida, Guadalajara, Antequera, etc.), las órdenes religiosas (franciscanos, dominicos, agustinos, jesuitas, y carmelitas, principalmente), y la Santa Inquisición.

Esta división administrativa, que de suyo era compleja, se prolongaba aún más, produciendo mucho papel, ahora escondido en muchos repositorios. Por ejemplo, en el caso del clero regular, los franciscanos elaboraban y guardaban sus documentos -con sus respectivas copias- en varios lugares: el comisariato general, las provincias, los colegios misionales, los conventos, las misiones, las doctrinas y las parroquias (GÓMEZ CANEDO, Lino. Archivos Franciscanos en México, UNAM, México 1975, pp. XIV - XV). Bajo esta perspectiva, podríamos afirmar que prácticamente en cada pueblo del México colonial existía -y muy probablemente todavía exista- un archivo.

En el contexto de las grandes transformaciones del siglo de la Ilustración, hacia 1765, la Corona Española promovió diversas reformas en sus posesiones americanas, específicamente de tipo económico-administrativo. En ese ambiente innovador, en 1790 se lanzó la iniciativa de crear el Archivo General de la Nueva España, aunque ya antes se había emitido una cédula real que ordenaba la creación de archivos (La ley primera, a título 12, de la Recopilación de las Leyes de Indias, de 1681, establecía que el Cronista Mayor escribiera la Historia de las Indias, y el Consejero que tuviera el archivo fuera su comisario. SARMIENTO DONATE, Alberto (Ed). De las leyes de Indias. Antología de la Recopilación de 1681, Secretaría de Educación Pública, México 1988, p. 113). Aquel repositorio fue el núcleo a partir del cual se fundó el Archivo General de la Nación Mexicana.

La guerra de independencia dio inicio en 1810 y culminó oficialmente en 1821. Los cambios que siguieron en el país, luego de su emancipación política de España, transformaron de manera limitada las estructuras sociales de la nación en ciernes, heredadas de su pasado colonial. Las instituciones públicas siguieron operando, de alguna manera, hasta que se instaló abierta y plenamente en el escenario mexicano la guerra civil -llamada de Reforma- al despuntar la segunda mitad del siglo XIX; ese conflicto había comenzado, de hecho, cuando se hizo evidente el vacío de poder que provocó la partida de los españoles. Y aunque aún no se ha establecido claramente la historia de los archivos mexicanos, no es descabellado pensar que los documentos públicos que se produjeron entre 1810 y 1856, sufrieron depredaciones menores.

La Guerra de Reforma (1856-1867) fue cruenta. No sólo enfrentó a liberales y conservadores, sino a la Iglesia y al Estado, hasta su definitiva separación. En ese período, los archivos públicos debieron haber sido muy afectados, sobre todo porque una buena parte de ellos estaba en manos de la Iglesia, perdedora en el conflicto. El triunfo de los liberales, hacia 1870, permitió a México vivir una etapa de estabilidad política, reorganización del Estado y crecimiento económico, lo que posibilitó cierta reordenación y conservación de los archivos públicos. Sin embargo, ese período de calma se terminó en 1910, con el estallido de otra guerra civil, que llamamos Revolución Mexicana. El país entró en una fase de inestabilidad que se prolongó, de hecho, hasta el final de la década de los años treinta, cuando la mayoría de las élites mexicanas se unieron en torno al proyecto político-nacional, que desde entonces ha encabezado el famoso Partido Revolucionario Institucional.

En aquellos años de graves conflictos políticos, levantamientos militares, todo tipo de asonadas, e inclusive una lucha religiosa -la Guerra Cristera-, fueron irremediablemente destruidos muchos y muy valiosos archivos, que probablemente guardaban información etnográfica de valor incalculable. Pese a todo, hay que reconocer que durante los últimos veinte años se han desplegado importantes esfuerzos por conservar los archivos históricos del país. Además, hay que mantenerse optimistas, pues, como se ha dicho, era práctica común de los aparatos burocráticos, colonial y mexicano, elaborar una o más copias de los documentos oficiales que producían.


2. REALIDAD DE LOS ARCHIVOS MEXICANOS


La situación presente

Pese a la destrucción de muchos acervos, la riqueza archivística de México es incalculable, pero intentarlos describir en una "guía" es una tarea imposible; apenas podemos ofrecer algunas pistas para continuar las pesquisas. Y aunque las referencias que ofrecemos enseguida muestran que hemos recorrido una parte del trayecto -muy pequeña-, la continuación de la tarea requerirá de bastante tiempo, recursos suficientes, gran pericia y un enorme esfuerzo colectivo. Este trabajo es sólo un esbozo, una descripción que apenas sugiere al investigador consumado o al estudioso aficionado, el potencial de algunos de los muy numerosos archivos de México, cuyos documentos son mayoritariamente desconocidos. Señala, sí, algunos caminos que pueden llevar a localizar información, probablemente muy rica, sobre los grupos indígenas mexicanos.

La legislación que protege los archivos en México tiene aún limitaciones y la puesta en marcha de la política nacional de conservación de archivos -que tiene réplicas en algunos estados- no es muy antigua. Esto explica que ciertos fondos se encuentren en excelentes condiciones -con curación de documentos, encuadernación, inventario, catalogación y aun descripción-, mientras que otros dejan todavía que desear, inclusive en algunos de ellos hay que morder mucho polvo y soportar la humedad. Salvo raras excepciones, la mayoría de ellos está dirigida por personas entusiastas que comprenden la importancia de la conservación de los repositorios, aunque en ocasiones ciertos responsables de archivos no conocen muy bien su contenido, lo que representa un problema adicional para el investigador. Por otra parte, se pueden encontrar algunos problemas menores -horarios de consulta cortos, poco personal y otros-, que deben tomarse en cuenta para organizar bien el trabajo y aprovechar mejor el tiempo.

La desigual situación de los archivos mexicanos impidió que la ficha modelo se aplicará con éxito o, para recuperar la información sobre sus características y contenidos. Esto explicará al lector, en la descripción que sigue de los acervos, las variaciones existentes respecto del contenido de los documentos -número de expedientes, años que cubren, etc.-, pues la organización de cada archivo es diferente. También corre el riesgo de seguir "pistas falsas". Por ejemplo, hay catálogos que resaltan sólo una parte del contenido de los papeles, debido al interés o enfoque particular de quien realizó el trabajo; es decir, no necesariamente se consignan las referencias a la etnografía indígena, o sólo se hacen superficial o marginalmente.

El punto de partida de nuestras pesquisas, consistió en una amplia revisión bibliográfica sobre la historia de la Iglesia en México y la presencia de las órdenes mendicantes. También realizamos algunas entrevistas a especialistas de archivos, en particular religiosos, aunque esto no necesariamente hizo avanzar las indagaciones. Enseguida localizamos varios acervos a lo largo del país, que habían pertenecido -o pertenecen- a las órdenes religiosas, los arzobispados y los obispados; hay, igualmente, varios archivos estatales que poseen importantes fondos históricos. Los repositorios de las instituciones clericales, concentran información valiosísima del período colonial. De hecho, esos fondos son de los más antiguos, debido a la temprana presencia en América de las órdenes religiosas. Los franciscanos llegaron a México en 1524; les siguieron los dominicos en 1526. Más tarde arribaron los agustinos, en 1533, precediendo a los jesuitas que llegaron en 1572. La labor etnográfica realizada por las órdenes religiosas, seguida luego por el clero secular, tiene un valor incalculable, no sólo por las descripciones y crónicas que hicieron al descubrir a los indios, sino también porque registraron prácticamente todos los aspectos de su vida: nacimientos, matrimonios, defunciones, artes y lenguas, usos y costumbres, productos de la tierra, organización social, etcétera. Ahora bien, es importante señalar que buena parte de los documentos de las órdenes mendicantes se encuentran en los archivos obispales y arzobispales, debido a que la secularización de muchas parroquias se inició desde la primera mitad del siglo XVII. Otros se localizan en los archivos estatales, debido a los bericuetos de la historia nacional, antes señalados.

Por otra parte, consultamos extensamente la revista Historia Mexicana(cuyas referencias se incluyen en la lista que procede), y realizamos llamadas telefónicas a los archivos que no pudimos visitar; lamentablemente no todos los encargados de los acervos se mostraron ampliamente cooperativos cuando estaban al otro lado de la línea.

Desde la época mexica, la vida pública mexicana ha sido muy centralizada, lo que explica que los repositorios más importantes Äsalvo excepción- se encuentren en la ciudad de México, tal es el caso del Archivo General de la Nación (A.G.N.), el Archivo Histórico del Museo Nacional de Antropología y otros, aunque sólo los dos mencionados son tratados con más detalle en esta guía, debido a su importancia.

Además de la ciudad de México, y dada la extensión del país, decidimos establecer y seguir tres rutas, a través de las cuales pudimos visitar bastantes archivos, por lo demás ampliamente representativos. Las rutas fueron:

En total recorrimos más de 7.000 kilómetros y visitamos treinta y ocho repositorios, que conservan información etnográfica, especialmente del período colonial; son archivos eclesiásticos, nacionales, estatales, municipales y privados.


Lo que queda por hacer

En 1988 fueron registrados 1942 archivos, de los cuales 1897 son municipales y 45 estatales (Véase la Guía General de Archivos Estatales y Municipales de México, México, Sistema Nacional de Archivos/Archivo General de la Nación Méxicana, 1988). Del conjunto anterior, se sabe con certeza que 23 estatales y 190 municipales guardan información del período colonial, que deben contener datos etnográficos. Sin embargo, nadie asegura que el resto de los repositorios registrados no incluyan información de interés etnográfico; en algún momento habrá que prospectarlos. Unos y otros son enormes y desconocidas fuentes de información, que, además de su propia riqueza, probablemente puedan conducir al investigador a otros repositorios, posiblemente también importantes en aspectos etnográficos. En efecto, nuestro trabajo sobre el terreno nos permite sugerir que existen numerosas bibliotecas y archivos privados -algunos de ellos medio escondidos-, cuya existencia sólo se puede conocer "in situ". Hay mucho que hacer rastreando repositorios.

En cuanto al número de archivos bajo custodia del clero, se dice que existen 1327 archivos parroquiales, de los cuales 565 guardan información del período colonial, en consecuencia de interés etnográfico (Estos datos nos fueron amablemente proporcionados por la señora Glafira Magaña Perales, del Archivo General de la Nación Mexicana). Por otra parte, en la Sección de Heráldica del A.G.N., hay un fondo microfilmado, de archivos parroquiales, realizado por la secta de los mormones. Aunque los archivos militares del Estado Mexicano son de acceso restringido, habrá que intentar trabajar en ellos porque seguramente contienen documentos con información etnográfica, sobre todo del siglo XIX. Por lo demás, la riquísima información histórico-etnográfica de los archivos mexicanos, podrá ser completada con la que se conserva en otros repositorios, como el Archivo de Indias, el del Vaticano y otros en Estados Unidos, Chile o Guatemala.

Queda, pues, mucho por hacer, pero ya hemos comenzado a caminar y no debemos detenernos. La riqueza etnográfica de los archivos mexicanos es enorme, es un capital cultural incalculable, no sólo para comprender el pasado, sino -y sobre todo- para ayudarnos a construir el futuro.


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