Trabajo, Organizacion y Cambio: Los Desfibradores de Yucatan

Luis A. Várguez Pasos
Unidad de Ciencias Sociales
Universidad Autónoma de Yucatán

"Prepared for delivery at the 1995 meeting of the Latin American Studies Association, The Sheraton Washington, September 28-30 1995"

Introducción

Los desfibradores son los obreros encargados de la extracción de la fibra del henequén. Los usos de esta fibra son múltiples. Baste decir que sirve de materia prima para la elaboración de, entre otros productos, diversos tipos de hilos, cuerdas, bolsas, sacos y alfombras. Los esteroides para la industria farmacéutica igualmente se encuentran entre sus derivados.

El sitio donde habitan estos obreros es conocido localmente como la zona henequenera. Es una extensa área de catorce mil kilómetros cuadrados[1] que rodea a la ciudad de Mérida en la cual los henequenales día a día ceden terreno a parcelas de cítricos y a la maleza que, en no pocos casos, crece entre ellos. Originalmente eran campesinos quienes generaban el ingreso familiar a través de la realización de actividades primarias y venta de su fuerza de trabajo en las antiguas desfibradoras de capital privado cercanas a su sitios de residencia o en la realización de tareas manuales por cuenta propia.

Al incorporarse a la industria henequenera integraron a su acervo cognoscitivo, recibido durante su socialización primaria, los códigos, saberes y formas de actuar, organizarse y trabajar de los obreros de esta industria. En este trabajo me propongo analizar el proceso de esta incorporación y los efectos que en esos trabajadores se produjeron.

El panorama general

Hasta la década de 1960 Yucatán era un Estado cuya economía dependía de las actividades primarias que realizaban los habitantes de sus zonas rurales. De todas estas actividades el cultivo del henequén y su posterior industrialización era la de mayor importancia. Indicadores de esta importancia eran el número de hectáreas dedicadas, cultivadores y trabajadores en general que de ella dependían. Los volúmenes de su exportación y el valor estimado de su producción igualmente testimoniaban la relevancia de esta industria[2].

En 1980, los cultivadores de henequén representaban el 87.3% de la población dedicada a las actividades primarias. Diez años más tarde este procentaje se había reducido al 69.8% de ese mismo sector. Es decir, 37 mil henequeneros de un total de 53,924 productores primarios[3]

No obstante la importancia de esa industria, quienes entonces se dedicaban a la siembra de los vástagos, limpieza del terreno y corte de las hojas del agave, no obtenían -como sucede en la actualidad- la remuneración suficiente para satisfacer sus necesidades y las de sus familiares más inmediatos. El tiempo necesario para que las hojas de la planta puedan ser cortadas y vendidas para su desfibración -7 años-, la fluctuación de los precios y los desastres naturales como incendios o granizadas eran, y siguen siendo, los obstáculos más frecuentes a los que se enfrentaban dichos agricultores.

En una región donde las oportunidades de trabajo son insuficientes para satisfacer la demanda de empleo que a diario hacen las personas que se incorporan a la población económicamente activa, las alternativas no son muchas. En estos términos, las opciones más inmediatas de aquellos eran la agricultura milpera, el aprovechamiento del solar doméstico mediante la cría de aves y cerdos y el cultivo de árboles frutales, el uso de la fuerza de trabajo familiar en estas tareas y la venta de su propia fuerza de trabajo en los ranchos y desfibradoras cercanas. Otras opciones menos inmediatas eran migrar hacia Mérida o los centros vacacionales de Quintana Roo.

Aunque pueda sonar pesimista, ambos tipos de opciones tampoco satisfacían totalmente sus necesidades familiares. En el primer caso, las alternativas inmediatas, la falta de tierras disponibles para el cultivo de maíz y otras especies milperas, la ausencia de capital para la compra de los insumos necesarios y la dependencia de la llegada oportuna de las lluvias impedían la obtención de buenas cosechas; de manera semejante, la escasa superficie y la carencia de capital igualmente incidían en forma negativa para obtener márgenes de ganancia en la explotación del solar que les permitiera satisfacer sus necesidades, obtener nuevos insumos y reproducir el capital inicial. En cuanto a la fuerza de trabajo familiar, las obligaciones correspondientes a los roles de los individuos aptos para el trabajo, les impedía dedicarle más tiempo a las labores que el padre de familia realizaba.

Emplearse como jornaleros en los ranchos y desfibradoras cercanas si bien no solucionaba del todo la situación, aportaban lo que no obtenían en las anteriores labores. Los riesgos eran la eventualidad de las contrataciones y la ausencia de un tabulador que normara las horas de trabajo y la cantidad a pagar por la energía en ellas gastada. En no pocas ocasiones, igual que en las antiguas haciendas porfirianas, la voluntad del encargado era la que imperaba al momento de las contrataciones. Aunque la ley establecía tiempos y salarios, lo cierto es que se trabajaba más y se pagaba menos de lo establecido[4]. Sobre todo en aquellos momentos en los cuales había excedente de fibra y producción a causa de la contracción del mercado internacional[5].

En el segundo caso, la migración[6], los problemas eran de otra naturaleza. En principio, ir a la ciudad de Mérida a trabajar implica ausentarse un día, por lo que el migrante necesita dejar una persona encargada de su trabajo. Más todavía antes de los cambios hechos a la legislación agraria y el ejidatario podía, por ausencia, perder sus derechos sobre la tierra que usufructuaba. Si la persona quien se ocupaba de sus tareas no era de su familia, era necesario remunerarla. Lo cual incrementaba los gastos por los pasajes y alimentos del día.

La escasa escolaridad y calificación en el trabajo así como la sobreoferta de mano de obra existente provocaban que su remuneración fuera igualmente baja. De tal modo, la cantidad real que percibían tampoco era suficiente para generar los satisfactores a las necesidades vinculadas con la reproducción biológica de los integrantes de sus familias. Unicamente quienes se empleaban como albañiles obtenían mejores ingresos. Dormir en el sitio de trabajo y retornar al hogar el fin de semana les permitía llevar unos pesos más y mantener sus derechos ejidales. Esto era en el caso de quienes pertenecían a alguno de los 309 ejidos de la zona henequenera[7].

La herencia indígena de los desfibradores

Etnicamente los desfibradores son mayas. Entre ellos su origen prehispánico está presente tanto en su vida cotidiana como en los demás elementos que constituyen su cultura. Además de las anteriores actividades económicas, así los identifican sus propios apellidos indígenas; el uso cotidiano de su lengua materna; la práctica de ceremonias religiosas vinculadas con el sexo de los recién nacidos y la agricultura; sus hábitos alimenticios, la recurrencia a la medicina tradicional y la persistencia de una amplia ideología sobre la naturaleza, la vida y la divinidad.

La percepción de sí mismos igualmente revela su herencia indígena. No obstante el discurso igualitario de la Iglesia, la escuela y demás organismos del Estado, los desfibradores, como entre los miembros de los diversos sectores de la sociedad yucateca, poseen una conciencia de su origen étnico y de su posición en la estructura social.

En principio, los obreros referidos se reconocen como mayas e identifican a los demás que no lo son. Del mismo modo, estos últimos así los identifican y se reconocen como no mayas. Sin embargo, dentro de la subjetividad y complejidad implicados en los procesos identitarios, los desfibradores igualmente se diferencian de los mayas que el Estado mitíficó en su afán de crear una nación basada en un supuesto pasado prehispánico común. En su concepción, los hach mayas[8], los indígenas que construyeron los grandes centros ceremoniales de la Península de Yucatán, ya no existen. Por ello, los desfibradores se reconocen como los mestizos[9] resultantes de la conquista española.

El henequén es uno de los elementos que conforman la identidad profunda[10] de los desfibradores de Yucatán. Su simbolismo, cultivo, uso y nomenclatura se encuentran fuertemente arraigados en su historia, ideología, cultura material y relaciones sociales. En la mitología maya el henequén fue uno de los elementos legados por Zamná. Cuenta la leyenda que un día esta deidad se hirió con un espino del agave. Uno de sus acompañantes cortó una hoja y al aporrearla contra el suelo surgió la fibra. Su uso también está registrado en las narraciones, escritas en el siglo XVI, de los cronistas Gonzalo Hernández de Oviedo, Rogerio de Bodeham y Diego de Landa[11].

Su referente prehispánico igualmente quedó registrado en las voces mayas , soskí, tonkós y pakché para referirse, respectivamente, a la planta, la fibra y sendos instrumentos rudimentarios para desfibrar la hoja.

Los desfibradores asimilaron los anteriores elementos a través de la socialización primaria que recibieron básicamente en su hogar y la escuela. Desde pequeños la familia se encargó de transmitirles su lengua, sus ritos, ideas, actitudes, prácticas organizacionales, formas de trabajar y modos de hacer las cosas. De manera informal, acompañando al padre o a la madre, observando lo que ocurría a su alrededor e inclusive a través del juego, fueron asimilando los roles que les correspondían en el seno familiar. A medida que pasaron de uno a otro grupo de edad, dejaron de ser espectadores para convertirse en actores de su propia realidad.

La historia de los mayas de la zona henequenera de Yucatán, y la de esta entidad, no se comprende sin las haciendas donde se cultivaba y extraía la fibra de este agave. Sin embargo, esta historia tiene diferente signo según sean sus actores. Para los descendientes de los peones acasillados, la hacienda representa la época de la esclavitud en la que se trabajaba desde antes del amanecer hasta el anochecer. Por medio de la tradición oral han llegado hasta ellos los relatos de las faginas[12], la tienda de raya, las deudas que nunca terminaban de pagar, de la cárcel y la limpia[13] para los que rompían las leyes tácitas que normaban la vida en la hacienda.

En cambio, para las élites económicas y sociales la hacienda es el recuerdo, igualmente mitificado, de un sistema en el que el trabajo le dió a Yucatán una riqueza hasta ahora inigualada. Racionalidad fielmente expresada con el lema Labor omnia facit que hasta hoy permanece grabado en el edificio principal de la antigua hacienda Sacapuc en el municipio de Motul. En el marco de este pensamiento propio de los criollos decimonónicos, el maya era quien con su flojera se oponía al progreso y por ello había que castigarlo. Ideología que en la actualidad prevalece entre quienes anhelan el retorno de esa sociedad opulenta cada día más distante.

De campesinos a obreros

En 1961 se creó la empresa de participación estatal Cordemex, S. A. de C. V. mediante la asociación de los productores privados y el gobierno federal. Tres años más tarde este último la adquiría en su totalidad con lo cual se transformó en empresa paraestatal[14]. Entre sus objetivos se encontraba la modernización de la industria henequenera a fin de mantener su competitividad en el mercado internacional.

Parte medular de este proyecto era la instalación de desfibradoras equipadas con la más moderna teconología capaces de superar los volúmenes obtenidos por las plantas existentes y ofrecer una fibra de mejor calidad. La instalación de las nuevas desfibradoras fue paulatina. Las dos primeras abrieron sus puertas en 1967 y recibieron los nombres de dos de los más grandes héroes mexicanos: "José Ma. Morelos y Pavón" y "Benito Juárez". La primera se instaló en el municipio de Telchac Pueblo y la segunda en el de Baca.

La incorporación de quienes habrían de ser los obreros de estas plantas fue de acuerdo a los conocimientos que cada uno tenía sobre la extracción de la fibra del henequén[15]. Como ya se vió, no tenían una calificación como obreros. Sus conocimientos al respecto dependían de la amplitud de las estrategias que habían seguido para generar el ingreso familiar. Obviamente quienes mayores conocimientos poseían eran los que incluían, entre dichas estrategias, esa actividad para la consecusión de este objetivo. No así los que únicamente se dedicaban a labores agropecuarias.

Paradójicamente, los primeros que se incorporaron a la empresa referida fueron estos últimos. Igual como ocurría cuando se empleaban como jornaleros en los ranchos y parcelas de propiedad privada, su trabajo consistió en el desmonte y quema de los terrenos donde Cordemex instalaría sus desfibradoras. Del mismo modo, otros que se empleaban temporalmente como albañiles, así fueron contratados para la construcción de los edificios de las desfibradoras.

Posteriormente, cuando concluyó la instalación de las desfibradoras, algunos de los anteriores fueron contratados para la ejecusión de las tareas más sencillas del proceso de extracción de la fibra del agave. Por ejemplo, descargar las hojas, recoger la pulpa, tirarla y tender la fibra para secarse al sol. En estos casos, no hubo capacitación previa como sucedió con quienes se emplearon en la transformación de la fibra en productos terminados. Bastaron la observación y el sentido común para el aprendizaje de estas tareas.

La adquisición de la industria henequenera por el Estado no rompió con el sistema de trabajo que prevaleció cuando estaba en manos de la iniciativa privada. En los casos de las desfibradoras cada gerente era el que determinaba quiénes trabajaban, las horas de trabajo y, de acuerdo con su presupuesto, la remuneración para cada trabajador. Ante tal inseguridad, los desfibradores tampoco rompieron con su viejo esquema de trabajo. Aun quienes se emplearon por primera vez en la extracción de la fibra, alternaban esta labor con sus actividades primarias y recurrían a la fuerza de trabajo de sus hijos para que los ayudaran tanto en la desfibradora como en la parcela.

Ser obrero no significa únicamente estar frente a una máquina y manipularla. También implica hablar, actuar, pensar y organizarse como obrero. Pero más todavía implica reconocerse como tal. Los desfibradores incorporaron a los conocimientos y habilidades que habían adquirido a través de su trabajo en las desfibradoras, los elementos que fueron generando en los años siguientes. Un hecho que contribuyó para ello fue la creación de su primer sindicato.

Formar un sindicato fue una experiencia novedosa para todos ellos. Implicó adoptar actitudes, ideas y relaciones diferentes a las que hasta entonces habían tenido. Hasta ese momento, la conducta de los desfibradores se regía por acciones e intereses individuales. A partir de entonces desarrollaron un conjunto de acciones colectivas basadas en intereses que les eran comunes. Igualmente implicó adoptar vocablos y darle un nuevo contenido semántico a algunos que ya poseían. Tal vez los mejores ejemplos sean luchas y compañeros respectivamente. Con el primero se referían a las acciones que emprendieron en defensa de sus derechos laborales y con el segundo para identificarse entre sí como miembros de un mismo grupo.

El reconocimiento del sindicato "José María Morelos y Pavón" por parte de las autoridades civiles y laborales, le dió a los desfibradores los derechos que se les había negado. Pero también impuso condiciones que provocaron transformaciones en sus hábitos de trabajo.

Las antiguas formas que regían las relaciones entre los trabajadores y la empresa fueron sustituídas por nuevas formas de relacionarse no sólo con la empresa, sino también entre sí y aun con el Estado. En vez de la voluntad de los gerentes como criterio regulador de dichas relaciones surgió el contrato colectivo de trabajo. En él quedaban establecidos los requisitos para ser obrero de Cordemex, los puestos de cada trabajador, los turnos de trabajo, sus derechos y sus obligaciones. A diferencia del trabajo en las parcelas y el solar, en la desfibradora los tiempos de inicio y fin de labores estaban determinados en ese contrato y controlados por el reloj checador.

Bajo este nuevo esquema de trabajo, las actividades primarias de los desfibradores quedaban en segundo plano a fin de poder cumplir con lo establecido en dicho documento. Más todavía al prohibirse la participación de menores de edad, como ayudantes en las tareas de sus padres, y el empleo de ejidatarios en las desfibradoras.

Las nuevas condiciones de trabajo no satisfizo a todos. Los primeros en retornar a sus actividades primarias fueron quienes pertenecían al ejido pues legalmente estaban impedidos para trabajar en las desfibradoras. La posesión de parcelas propias hizo que algunos desfibradores se decidieran por abandonar la tareas relativas a la extracción de la fibra y volvieran a sus labores agrícolas y/o pecuarias. Los que permanecieron fue porque, aunque habían sido jornaleros de campo, no poseían tierra alguna o, quienes sí la tenían, porque pudieron alternar su trabajo en esas plantas y sus parcelas.

El cultivo de hortalizas se generalizó entre los desfibradores a medida que el salario que percibían como obreros les fue insuficiente para satisfacer sus necesidades y las de sus familiares más inmediatos. Las medidas de austeridad impuestas en los últimos años del régimen de José López Portillo impactaron con mayor fuerza sobre las clases trabajadoras. Los desfibradores no fueron la excepción. La maximización de su fuerza de trabajo fue el recurso más inmediato al que recurrieron para generar los satisfactores a dichas necesidades. Para quienes poseían parcelas no les fue difícil. No así quienes no. La mayoría recurrió a emplearse como jornaleros fuera de sus horas de trabajo en la desfibradora, en tanto que la minoría solicitó a los gerentes parcelas en los terrenos de estas plantas para cultivar.

Antes de finalizar el período de Miguel de la Madrid se inició la restructuración de la industria henequenera. La cual habría de concluir con su reprivatización durante el mandato de Carlos Salinas de Gortari. Algunas desfibradoras fueron vendidas a particulares y otras transferidas a la Confederación Nacional Campesina y la Unión Nacional de Trabajadoras Agrícolas.

Sin el respaldo que les daba su sindicato, ni los salarios y prestaciones que les confería su contrato colectivo, los desfibradores, hoy día, tienen en sus antiguas actividades productivas, organización y racionalidad económicas la fuente de su subsistencia.

Epílogo

La conversión de los desfibradores en obreros se enmarca en el proceso que ha seguido la formación de la clase obrera en México y América Latina. Aunque con especificidades en cada caso, el común denominador de estos trabajadores es su origen rural[16]. O mejor dicho, su incapacidad para generar los satisfactores a sus necesidades familiares mediante la práctica de sus actividades económicas primarias. Su pasado indígena, o componente étnico, es otro elemento que identifica a este tipo de obreros.

En el caso de los desfibradores no obstante su incorporación a la industria henequenera, no abandonaron totalmente sus actividades primarias y mucho menos los elementos relativos a su cultura que internalizaron durante su socialización primaria. Por el contrario, los mantuvieron a la vez que incorporaron los que generaron como obreros. Prueba de ello fue, entre otros elementos, la persistencia de su lengua materna para comunicarse entre sí dentro y fuera de sus turnos de trabajo en las desfibradoras, su reconocimiento como mestizos, la práctica de su religión impregnada de elementos indígenas y su recurrencia a la medicina tradicional. Obviamente, el hecho de ser obreros tampoco provocó que alguien cambiara su apellido maya.

En todo caso, entre los desfibradores surgió una nueva identidad, cuyos elementos que la sustentaban eran tanto los adquiridos en el hogar como los generados en la desfibradora, su participación sindical y demás acciones en pro de sus derechos laborales.


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